Probablemente, es también en tiempos de Josías cuando se compone este texto, dedicado a la ceremonia de su entronización.
En otro tiempo humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles.
1 El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz intensa;
habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló.
2 Acreciste la alegría, aumentaste el gozo:
se gozan en tu presencia como gozan al segar,
como se alegran al repartirse el botín.
3 Porque la vara del opresor, el yugo de su carga,
el bastón de su hombro,
los quebrantaste como el día de Madián.
4 Porque la bota que pisa con estrépito
y la capa empapada en sangre
serán combustible, pasto del fuego.
5 Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado:
lleva al hombro el principado, y es su nombre:
Maravilla de consejero, Dios guerrero,
Padre perpetuo, Príncipe de la paz.
6 Para dilatar el principado, con una paz sin límites,
sobre el trono de David y sobre su reino.
Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho,
desde ahora y por siempre.
El celo del Señor lo realizará (8,23b-9,6).
El mejor comentario a este texto lo escribió un alemán del siglo XVIII. Su profesión no era la exégesis, sino la música. En el número 12 de El Mesías, Händel hace entonar al coro el verso 5 (For unto us a child is born...) en una fuga admirable que deja paso al unísono grandioso de los nombres (Wonderfull!, Counsellor!...). Sólo esta hermosa música es un comentario digno a estas bellas palabras. El exegeta moderno tiene que contentarse con algo más trivial. Pobres palabras, que ayuden al lector a entender mejor lo que dice el poeta.
Si tenemos en cuenta el género literario, advertimos que no se trata del anuncio de algo futuro, sino de un "canto de acción de gracias" por algo ya ocurrido. A esto se opone la interpretación cristiana tradicional, que considera este texto un anuncio del nacimiento de Jesús. Pero no debemos dejarnos arrastrar por prejuicios. Como indica Mowinckel: "Si leemos el texto de Is 9,1-6 tal cual ha llegado hasta nosotros, sin pensar en la interpretación cristiana tradicional, tenemos la impresión inmediata de que expone algo ya sucedido. Es el nacimiento de un príncipe en Jerusalén lo que ha ocasionado esta promesa" (El que ha de venir, 120).
Con este presupuesto, la liberación del yugo asirio, el fin de la guerra, la estabilidad de la dinastía davídica (con pretensiones incluso a los territorios del norte) nos proyectan inevitablemente a la época de Josías (640-609), un siglo después de Isaías. Pienso que llevan razón Barth, Vermeylen y otros muchos cuando consideran este poema un canto de acción de gracias pronunciado con motivo de la entronización de este rey, en el que depositaron los judíos tantas esperanzas. Sin entrar en un análisis detenido de este excelente poema, indiquemos algunos detalles.
El oráculo comienza en prosa (8,23b), hablando de los territorios asolados por Tiglatpileser III durante su campaña del año 733. El poeta parece referirse a las primeras incursiones, cuando "el rey de Asiria se apoderó de Iyón, Prado de Casa Maacá, Yanoj, Cades, Jasor, Galilea y toda la región de Neftalí" (2 Re 15,29). Con un atlas delante se advierte el avance incontenible de los asirios en dirección norte-sur. Es el primer paso en un proceso de derrota y humillación nacional para Israel.
Y así vivieron durante muchos años, caminando en tinieblas y habitando tierra de sombras. Es como la vuelta al caos primitivo, indica Procksch. O como el descenso al seol, al lugar de las sombras. Vida inerme, oscuridad sin esperanza. De repente, se produce el cambio prodigioso e inesperado: brilla una luz que lo inunda todo de alegría, semejante a la que se experimenta cuando llega la siega o se reparte el botín. A continuación se explican las causas de este gozo. Son tres, introducidas siempre por "porque" (kî): el fin de la opresión (v.3), el fin de la guerra (v.4) y el nacimiento/entronización del príncipe (v.5-6).
Quienes estamos acostumbrados a centrar desde el comienzo nuestra atención en el niño debemos volver la vista atrás para captar un detalle importante. El gran protagonista de toda la historia, del castigo y la alegría, de la sombra y la luz, es Dios. Fue Él quien "humilló" en tiempos pasados (8,23), es Él quien "ensalza" en el presente, quien aumenta el gozo y quebranta al opresor como el día de la batalla contra Madián. Hay que recordar el relato de Jue 7 para captar a fondo esta alusión: la estrategia nocturna, el deslumbrar repentino de las antorchas, el sonar de las trompetas y del grito de guerra. A esto se limita la actividad humana. El auténtico salvador es el Señor, que infunde un pánico sagrado en los enemigos y hace que se aniquilen entre sí. Igual ocurrirá ahora. Como en un nuevo prodigio, Dios libera a su pueblo de un adversario mucho más peligroso y cruel, que ha hecho pesar sobre el pueblo "su vara", "su yugo" y "su bastón". Tres sustantivos que desvelan la humillación y la angustia del pasado. Y un verbo, "quebrantaste", que reduce a astillas todos los símbolos de la opresión. Una pira gigantesca consumirá incluso los últimos vestigios Cbotas y mantosC de los invasores.
Pero toda esta alegría sería transitoria si no hubiese un tercer motivo, el más importante de todos: "Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado". Estas palabras recuerdan espontáneamente el nacimiento físico del príncipe. Pero no olvidemos que, en el momento de la entronización, Dios dice al rey: "Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy" (Sal 2,7). Por consiguiente, es muy probable que el profeta no piense en el nacimiento, sino en la entronización. Si nuestra aplicación a Josías es válida, se comprende perfectamente todo esto. Comenzó a reinar cuando sólo tenía ocho años (2 Re 22,1), y durante su minoría de edad se puso en marcha un proceso de independencia político-religiosa con respecto a Asiria. No sería extraño que su entronización oficial, al llegar la mayoría de edad, se celebrase con especial entusiasmo.
De acuerdo con el ceremonial, el rito de la coronación implicaba diversos actos: imposición de las insignias, unción, aclamación, entronización, homenaje; en ciertos casos se daba un cambio de nombre o, de acuerdo con el ceremonial egipcio, la imposición de ciertos nombres que reflejaban las esperanzas depositadas en el nuevo rey. El autor de nuestro texto no ha querido detenerse en todos ellos. Tras mencionar la imposición de las insignias ("lleva el hombro el principado", que unos interpretan como el cetro y otros refieren al manto regio), centra su atención en los nombres del príncipe. Mucho se ha debatido sobre ellos, desde el número hasta el significado, para terminar con el gran problema de si convienen a un rey humano o si nos hablan de un ser divino.
Unas palabras de Alonso Schökel nos ayudarán a no perdernos en la maraña de las interpretaciones: "Los nombres tienen una amplitud y una trascendencia excepcionales: son cuatro oficios, *consejero, guerrero, padre, príncipe+, cada uno con una nota adjetival más o menos divina *milagro, Dios, eterno, pacífico". No basta para entender el nombre analizar uno a uno sus componentes, porque el sentido es cumulativo y no se reduce a mera suma; es una densa y comprensiva unidad que se va desdoblando en facetas y que debemos esforzarnos por abarcar en unidad, en resonancia de acorde perfecto, algo así como "consejero y guerrero, príncipe y padre; una paz sempiterna, milagro divino". Notemos que el ritmo unifica la serie de nombres (...), notemos que la sintaxis crea una unidad cerrada de quiasmo (adjetivo-nombre; adj-nom; nom-adj; nom-adj), que el paralelismo no antitético tiende a fundir más que a definir contornos (...), finalmente notemos que es un niño quien sustenta y unifica esa serie, no como cuatro nombres, sino como un nombre cuádruple" (Dos poemas a la paz, 157).
¿Se refieren estos nombres a un rey humano o a un salvador divino futuro? Nos inclinamos por lo primero. Ya hemos indicado que todo el poema da por supuesto el nacimiento y entronización del príncipe, la liberación de los asirios, la irrupción de la luz y la alegría. No es un anuncio de la venida de Jesús, sino una acción de gracias por Josías. El que se le atribuyan títulos tan excelsos no tiene nada de extraño. Forma parte de la ideología monárquica y del lenguaje cortesano, como vimos al hablar de los Salmos. Por eso, no deben llamarnos la atención estos cuatro nombres, aunque las cualidades que expresan alcancen un grado portentoso y sobrehumano. Es lo que Israel (y todos los pueblos orientales) esperaban de su gobernante ideal, expresando sus ilusiones con un lenguaje y metáforas de origen mítico. En un rey humano deposita el profeta su esperanza de que gobierne al pueblo de modo admirable, lo defienda valientemente, lo acoja con afecto de padre, instaure una época de paz y bienestar.
Con estas cualidades portentosas, se explica que dilate su principado, restaurando las antiguas fronteras del imperio davídico; pero no a base de guerras y contiendas, sino *con una paz sin límites+. Consolidando y sosteniendo su reino con la justicia y el derecho. David y Salomón parecen reencarnarse en este nuevo rey. La fuerza y la inteligencia, la capacidad de iniciativa y el amor a la paz. Y, por si alguno duda de esta esperanza tan utópica, la frase final termina ofreciendo la garantía definitiva: "El celo del Señor lo realizará". De nuevo Dios se convierte en el gran protagonista de la historia, que conduce a buen puerto las ilusiones depositadas en el nuevo y joven rey.
Uso del texto en el Nuevo Testamento
Este texto del libro de Isaías, que se lee en una de las misas de Navidad, no tuvo para los primeros cristianos una importancia excesiva. El famoso verso 5 (*Un niño nos ha nacido...+) ni siquiera lo citan. Lo que más llama la atención a los autores del Nuevo Testamento son los versos iniciales, que Mt 4,15-16 cita casi literalmente: "Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del Mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los Gentiles: el pueblo que estaba en tinieblas vio una gran luz; a los que habitaban en tierra y sombra de muerte una luz les brilló". Para el antiguo poeta, la luz se debe a la entronización del rey, que trae la liberación de los enemigos y el fin de la guerra. Para el primer evangelio, es Jesús con su actividad y su palabra quien trae la luz a aquellas regiones olvidadas. También Lucas usa parte de estos versos en el Benedictus: "Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc 1,78-79). La perspectiva se ha ampliado; quienes reciben la luz de Jesús no son sólo las regiones del norte, sino todo el pueblo de Israel; y, de acuerdo con el final del poema, menciona también el tema de la paz. La idea de que el cristiano pasa "de las tinieblas a la luz" (1 Pet 2,9), o de que Dios ha hecho brillar la luz en las tinieblas (2 Cor 4,6) es posible que también se inspire aquí.
En cuanto al v.6, quizá sea uno de los textos que tenga presente Lc 1,32s al decir que Dios le dará a Jesús el trono de David, su antepasado, y reinará eternamente en la casa de Jacob.
Es comprensible que se use tan poco este poema, porque la imagen que ofrece del protagonista tiene connotaciones muy políticas, y Jesús no satisfizo tales ilusiones. Siguieron las guerras, resonaron de nuevo las botas que pisan con estrépito, el reino de David no quedó consolidado. El esperado "príncipe de la paz" afirmó que no había venido a traer paz, sino espada; y no llamó bienaventurados a quienes disfrutan de paz, sino a quienes trabajan por la paz. Por eso, el texto fue poco utilizado y, además, espiritualizado, subrayando el aspecto de iluminación interior (Mt 4,15s; Lc 1,78s).
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