8. LOS PROFETAS DE LA ÉPOCA DE LA RESTAURACIÓN

Se conoce como época de la restauración al breve período de 22 años que va desde el 538, fecha del edicto de liberación de Ciro hasta el 515, cuando se termina de construir el segundo templo.
En este momento histórico hay dos profetas conocidos por su nombre, Ageo y Zacarías, y quizá un profeta anónimo, discípulo del Segundo Isaías, que daría paso al grupo conocido como Tercer Isaías (Is 56-66).
¿Qué interés tiene hablar de los profetas de esta época? Es el único momento de la historia del profetismo en que coinciden en el mismo lugar, Jerusalén, dos o tres profetas verdaderos, sin que su mensaje y punto de vista coincida por completo. No habría sido muy raro que uno de ellos terminase siendo considerado falso profeta. Sin embargo, no ocurrió así, y los tres están en el canon.
Este hecho resulta tan extraño que hace poco más de treinta años (1975) Paul D. Hanson propuso la teoría de que la profecía de esta época muestra una clara división. Por una parte estarían Ageo y Zacarías, por otra un grupo visionario, representado por los sucesores del Segundo Isaías y los levitas desposeídos de sus funciones. En concreto, Ageo y Zacarías representan al sacer­docio sadoquita, que controla el culto oficial, domina la política y pacta con el Im­perio persa; es un grupo realista, antiescatológico, dispuesto a hacer valer siempre sus privilegios. Frente a é1, los discípulos de Deuteroisaías representan una mentalidad más «democrática», con un sacerdocio que se extiende a todos los fieles; abierto a los extranjeros, pero sin ganas de compromisos con el Imperio persa; sobre todo, un grupo claramente escatológico, que espera y ansía la irrupción de Dios.
Aunque la teoría de Hanson ha recibido bastantes críticas y no ha sido aceptada, resulta indiscutible que en esos textos proféticos encontramos puntos de vista muy distintos. Y esto nos ayuda a entender más rectamente a los profetas: quien los concibe como meros portavoces o altavoces (altoparlantes) de Dios, no ve la necesidad de dos o tres profetas en el mismo momento y lugar. Todos tendrían que decir lo mismo. En cambio, la verdadera profecía admite mucha más variedad y nos permite escuchar la voz de Dios a través de puntos de vista muy distintos, incluso enfrentados.

1. Algunos datos sobre la época de la restauración

Como casi siempre, para entender a los profetas conviene conocer su momento histórico. Por eso comenzaré recordando los datos principales sobre la época de la restauración. Son escasos y podemos sintetizarlos del modo siguiente:

1. El edicto de Ciro (538 a.C.)

Se ha conservado en dos versiones. La de Esd 1,2-4 insiste en la construcción del templo, del que se habla en tres ocasiones, al comienzo, en medio y al final del decreto: «El Señor, Dios del cielo, me ha entregado todos los reinos de la tierra y me ha encargado construirle un templo en Jerusalén de Judá. Los que entre vosotros pertenezcan a ese pueblo, que su Dios los acompañe y suban a Jerusalén de Judá para reconstruir el templo del Señor, Dios de Israel, el Dios que habita en Jerusalén. Y a todos los supervivientes, dondequiera que residan, la gente del lugar les proporcionará plata, oro, hacienda y ganado, además de las ofrendas voluntarias para el templo del Dios de Jerusalén.»
La versión de 2 Cró 36,23 es más es más breve y, al mismo tiempo, su enfoque es distinto: «Ciro, rey de Persia, decreta: El Señor, Dios del cielo, me ha entregado todos los reinos de la tierra y me ha encargado construirle un templo en Jerusalén de Judá. Todos lo de ese pueblo que viven entre nosotros pueden volver. Y que el Señor, su Dios, esté con ellos».

2. Nombramiento y misión de Sesbasar

Según Esd 5,14-16, a este decreto siguió otra decisión de Ciro: nombró sátrapa al príncipe judío Sesbasar, le entregó los tesoros del templo de Jerusalén que había robado Nabucodonosor (30 copas de oro, mil copas de plata, 29 cuchillos, 30 vasos de oro, 410 vasos de plata y mil objetos de otras clases. Total de objetos de oro y plata. 5.400) y le encomendó la misión de reconstruir el templo. A Sesbasar se unieron «todos los que se sintieron movidos por Dios: cabezas de familia de Judá y Benjamín, sacerdotes y levitas» (Esd 1,5). Llegaron a Jerusalén y echaron los cimientos del templo (Esd 5,16).
Hasta aquí, los datos que encontramos en el libro de Esdras. Sin embargo, la experiencia de los desterrados debió ser mucho más dura: encontraron ciudades en ruinas, campos abandonados o en manos de otras familias, murallas derruidas, el templo incendiado. No sabemos qué le ocurrió a este grupo de personas. Aunque se dice que echaron los cimientos del templo, la predicación de Ageo sugiere que entre ellas cundió el desánimo y se limitaron a preocuparse de las viviendas y los campos, olvidando la reconstrucción del templo y las ilusiones de independencia.

3. La vuelta capitaneada por Zorobabel y Josué

Unos años después, no sabemos cuántos, se pone en marcha desde Babilonia un grupo mucho más numeroso, capitaneado por Zorobabel, Josué, Nehemías, Serayas, Reelayas, Mardoqueo, Bilsán, Mispar, Bigvay, Rejún y Baná. La lista minuciosa de repatriados termina con el siguiente balance final: «La comunidad constaba en total de cuarenta y dos mil trescientas sesenta personas, sin contar los esclavos y esclavas, que eran siete mil trescientos treinta y siete. Tenían doscientos, entre cantores y cantoras; setecientos treinta y seis caballos, doscientos cuarenta y cinco mulos, cuatrocientos treinta y cinco camellos y seis mil setecientos veinte asnos» (Esd 2,64-67).

4. Comienzo de la reconstrucción del templo e interrupción de las obras

Este grupo también parece interesado en la reconstrucción del templo. «Cuando llegaron al templo de Jerusalén, algunos cabezas de familia hicieron donativos para que se reconstruyese en su mismo sitio. De acuerdo con sus posibilidades, entregaron al fondo del culto sesenta y un mil dracmas de oro, cinco mil minas de plata y cien túnicas sacerdotales (Esd 2,68-69)». Pero estas palabras demuestran que no tienen ayuda económica de los persas; quizá por eso tardan dos años en comenzar las obras: «A los dos años de haber llegado al templo de Jerusalén, el mes de abril, Zorobabel, hijo de Sealtiel, Josué, hijo de Yosadac, sus demás parientes sacerdotes y levitas, y todos los que habían vuelto a Jerusalén del cautiverio comenzaron la obra del templo, poniendo al frente de ella a los levitas mayores de veinte años» (Esd 3,8).
Cuando terminan de echar los cimientos celebran una fiesta, pero las tareas se ven interrumpidas por las denuncias de los adversarios de Judá y Benjamín: «Se suspendieron, pues, las obras del templo de Jerusalén y estuvieron paradas hasta el año segundo del reinado de Darío de Persia» (Esd 4,24).

5. Reanudación de las obras y final (515-520 a.C.)

El segundo año de Darío es el 520. «Entonces, el profeta Ageo y el profeta Zacarías, hijo de Idó, comenzaron a profetizar a los judíos de Judá y Jerusalén como legados en nombre del Dios de Israel. Zorobabel, hijo de Sealtiel, y Josué, hijo de Yosadac, se pusieron a reconstruir el templo de Jerusalén, acompañados y alentados por los profetas de Dios» (Esd 5,1). A pesar de la oposición de los adversarios, el rey Darío permite continuar las obras, que se terminan cinco años más tarde. «El templo se terminó el día tres del mes de marzo, el año sexto del reinado de Darío. Los israelitas — sacerdotes, levitas y resto de los deportados— celebraron con júbilo la dedicación del templo, ofreciendo con este motivo cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y doce machos cabríos — uno por tribu— como sacrificio expiatorio por todo Israel» (Esd 5,15-17).
Estos son todos los datos que ofrece el libro de Esdras sobre la época, que completaremos luego con lo que dicen los profetas Ageo, Zacarías y algunos capítulos del Tercer Isaías.
Es también importante conocer lo que ocurre en el imperio persa, limitándonos a lo esencial para entender a los profetas. El año 529, al morir el rey Ciro, le sucedió en el trono de Persia su hijo Cambises, tirano cruel, caprichoso y enfermo, que se ganó la antipatía del pueblo y de los dirigentes. De este modo se produjo,

2. Advertencia previa

Pasamos ahora a considerar el mensaje de Ageo, Zacarías y de Is 60-62. Esto requiere una advertencia previa sobre los posibles añadidos posteriores. En Ageo son muy pocos: además de 2,5a, que falta en los LXX, algunos autores consideran añadidos 2,5-6 (Virgulin) y 2,17-18 (el v.17 se inspira en Am 4,9 y el 18b plantea serias dificultades cronológicas; ninguno de ellos afecta a lo que diremos a continuación.
Más complejo es el caso de Zacarías 1-8. Parece claro que algunos textos se añadieron posteriormente: 1,17; 2,10-17; 3,1-10 (que pone de relieve la importancia creciente del sacerdocio en el período posexílico); también parece añadido posterior la acción simbólica de las coronas (6,9-15); y 4,6bα-10a están fuera de sitio (interrumpen la visión y ofrecen un estilo distinto, oracular). Sin embargo, todos estos añadidos pueden proceder del mismo Zacarías. En la sección final, a veces se niega la autenticidad de 8,9-13 y de 8,20-23, pero sin que exista unanimidad entre los comentaristas. Dada la subjetividad con que puede actuarse en estos casos, prefiero mantener la autenticidad de todos los oráculos.

3. Ageo

Su actividad se extiende desde el día primero del mes sexto del año segundo de Darío hasta el veinticuatro del mes noveno. En nuestro cómputo, estas fechas se interpretan habitualmente como desde el 27 de agosto al 18 de diciembre del 520 (o del 521, según Bickerman). Es decir, poco menos de cuatro meses.
La predicación de Ageo gira en torno a dos temas: el templo y el futuro político. El primero es el más importante, ya que de su reconstrucción depende el que Dios intervenga en el mundo de manera definitiva.

1. La reconstrucción del templo

En el año 521 o 520 el templo estaba en ruinas. Pero el pueblo y las autoridades políticas (Zorobabel) y religiosa (Josué) no parecían preocupados por el tema: pensaban que todavía no habían llegado el momento de reconstruirlo (1,2). Al parecer, había necesidades de tipo económico más urgente.
De hecho, la situación económica, tal como la describe Ageo, era catastrófica debido a, una fuerte sequía. «Sembráis mucho, cosecháis poco; coméis sin saciaros, bebéis sin embriagaros; os vestís sin abrigaros, y el asalariado echa en saco roto» (1,6). «El montón que calculabais pesar veinte pesaba diez; calculabais sacar cincuenta cubos del lagar y sacabais veinte» (2,16). «Viñas, higueras, granados y olivos no producían» (2,19). La diferencia entre Ageo y las autoridades es que mientras éstas consideran la sequía una catástrofe natural, Ageo la ve causada por Dios, molesto porque su casa está en ruinas:
«Emprendéis mucho, resulta poco, metéis en casa y yo lo aviento; ¿por qué? Porque mi casa está en ruinas mientras vosotros disfrutáis cada uno de su casa. Por eso el cielo os rehúsa el rocío y la tierra os rehúsa la cosecha; porque he reclutado una sequía contra la tierra y los montes, contra el trigo, el vino, el aceite, contra los productos del campo, contra hombres y ganados, contra todas las labores vuestras» (1,9-11).
Es posible que Ageo refleje la misma mentalidad que el poema ugarítico de Baal, donde este dios cananeo provoca la sequía mientras no tiene un palacio; en cuanto se lo construyen, envía la lluvia a la naturaleza.
Por eso, la única forma de mejorar la situación económica es reconstruir el templo. Y basta poner cimientos para que la situación cambie por completo. «A partir de ese día los bendigo» (2,19). (Un cínico diría que Ageo espera a finales de agosto para que el comienzo de la reconstrucción del templo coincida con las lluvias de septiembre.)
Sin embargo, Ageo no espera sólo una mejora normal de las condiciones económicas por el fin de la sequía. Espero algo mucho mayor desde el punto de vista cultual y político.
Con respecto al culto espera un esplendor maravilloso del nuevo templo: «Dentro de muy poco yo agitaré cielo y tierra, mares y continentes; haré temblar a todas las naciones y vendrás las riquezas de todos los pueblos y llenaré este templo del gloria (…). La gloria de este segundo templo será mayor que la del primero… En este sitio daré paz» (2,6-9).
La predicación de Ageo sobre el templo nos permite verlo como un discípulo de los discípulos de Ezequiel. Un hombre práctico, que no se limita a esbozar en el papel el templo futuro, glorioso, sino que actúa con realismo y procura comenzar la tarea. En este sentido merece profundo respeto. Ante las críticas tan frecuentes que ha sufrido este profeta conviene recordar la defensa que de él hace von Rad: "El templo era el lugar en que Yahvé hablaba a Israel, donde le perdonaba sus pecados y en el que se hacía presente. La actitud que se adoptase ante el templo reflejaba la actitud que se adoptaba en favor o en contra de Yahvé. Pero la gente se desinteresaba bastante de este lugar; a causa de su miseria económica iban retrasando la reconstrucción, 'pues no era tiempo todavía' de llevarla a cabo (Ag 1,2). Ageo da la vuelta a esta jerarquía de valores: Israel no será Israel si no busca ante todo el reino de Dios; lo demás, la bendición de Yahvé, le será concedido luego (1,2-11; 2,14-19). En el fondo, no está pidiendo ni diciendo nada distinto de Isaías cuando exigía la fe durante la guerra siro-efraimita"[1].


2. El futuro político

Este tema sólo lo trata Ageo en los versos finales dirigidos a Zorobabel, gobernador de Judá:

"Haré temblar cielo y tierra, volcaré los tronos reales,
destruiré el poder de los reinos paganos, volcaré carros y aurigas,
caballos y jinetes morirán a manos de sus camaradas.
Aquel día te tomaré, Zorobabel, hijo de Sealtiel, siervo mío, oráculo de Señor,
te haré mi sello porque te he elegido, oráculo del Señor de los ejércitos"
(2,21-23).

El oráculo, fechado a finales del año 521 o del 520, desarrolla dos temas muy relacionados entre sí: como si se tratase de un nuevo milagro del Mar de las Cañas, Dios destruye los carros y caballos de los reinos paganos, a lo que sigue la elevación de Zorobabel a una nueva dignidad.
Este texto plantea dos problemas muy relacionados entre ellos: 1) ¿se refiere la destrucción de los reinos paganos a la desaparición del imperio persa y a la independencia de Judá? 2) ¿se concibe a Zorobabel como un rey independiente?
A favor de la desaparición del imperio persa estarían las tremendas convulsiones que sufrió en los dos años anteriores a la predicación de Ageo. El año 522 murió Cambises, probablemente asesinado, y le sucedió Darío I, que debió enfrentarse a rebeliones en todas partes del imperio, como reconoce la inscripción de Behistun: se rebelaron los persas, los elamitas, los babilonios, los medos, los sagartidios y los margianos, a veces en distintas ocasiones y con distintos jefes[2]. Sin embargo, Darío reprimió brutalmente las revueltas y el 520 restauró la paz en todo el Imperio. Si Ageo tenía noticia de estas revueltas, podía esperar que el imperio persa acabara pronto; sobre todo si su actividad se sitúa, como afirma Bickerman, a finales del 521, no a finales del 520. De todos modos, resulta curioso que Ageo no afirme con claridad la desaparición del imperio persa ni la independencia de Judá.
La misma incertidumbre reina con respecto al segundo punto: el estatus de Zorobabel. Para comprender esta parte del texto hay que recordar lo profetizado años antes por Jeremías contra Jeconías, abuelo de Zorobabel: "¡Por mi vida!, Jeconías, hijo de Joaquín, rey de Judá, aunque fueras el sello de mi mano derecha, te arrancaría y te entregaría en poder de tus mortales enemigos" (Jer 22,24). Ahora, su nieto se convierte en sello de Dios; Dios lo mira con agrado: "te tomaré", "te haré mi sello", "te he elegido", "siervo mío". ¿Significa esto que Zorobabel será un monarca independiente? Las opiniones de los autores difieren mucho[3]: unos lo ven como un restaurador de la dinastía davídica mientras otros lo consideran un simple gobernador de una pequeña provincia del imperio.
En cualquier caso, Ageo no subraya lo que Zorobabel hará por el pueblo, sino lo que Dios hace por Zorobabel. Podemos decir que repite, con palabras muy distintas, el núcleo de la profecía de Natán a David: "Yo te construiré un Casa, tu casa y tu reino permanecerán por siempre en mi presencia". Dios es fiel a su antigua promesa.

4. Zacarías

Su actividad comienza pocos días antes de que termine la de Ageo y se prolonga hasta el 4 del mes noveno del año cuarto de Darío, es decir, hasta el 7 de diciembre del 518 a.C., o del 519 en el cómputo de Bickerman (ver 7,1). Abarca, pues, unos dos años.
Los dos grandes temas que preocupaban a Ageo, la reconstrucción del templo y la restauración del estado, aparecen también en Zacarías, aunque invirtiendo su importancia. Mientras Ageo centra su atención en el primero y sólo concede un breve apéndice al segundo, Zacarías hará lo contrario. Pero hay una serie de diferencias importantes.

1. La llamada a la conversión y la importancia de la ética

El mensaje de Zacarías comienza con una llamada a la conversión. Ageo decía que Dios estaba irritado con los judíos porque no reconstruían el templo. Zacarías dice que Dios está irritado con los judíos porque no se convierten de su mala conducta y de sus malas acciones, porque no lo escuchan ni le hacen caso (1,4). Ageo se basa en la idea cananea de que Dios no la lluvia mientras no tenga su palacio. Zacarías se basa en los antiguos profetas, que invitaban a la conversión. Además, mientras Ageo ve la reconstrucción del templo como una forma de mejorar la situación económica, Zacarías ve la conversión como simple forma de agradar a Dios. Decía Hanson que Ageo y Zacarías representan al mismo grupo y la misma mentalidad. Sin embargo, en el importantísimo tema de qué agrada a Dios muestran diferencias muy notables. Ageo pone en primer término el culto y no dice una palabra de la ética. Zacarías pone el énfasis en la ética y, en un primer momento, no dice nada del culto.
La importancia de la ética reaparece en el c.7 recordando las palabras de los antiguos profetas: «Así dice el Señor de los ejércitos: juzgad según derecho, que cada uno trate a su hermano con piedad y compasión, no oprimáis a viudas, huérfanos, emigrantes y necesitados, que nadie maquine maldades contra su prójimo» (7,9-10).
Y volvemos a encontrarla en el séptimo oráculo del c.8: «Esto es lo que tenéis que hacer: decir la verdad al prójimo, juzgar con integridad en los tribunales, no tramar males unos contra otros, no aficionaros al perjurio. Que yo detesto todo eso, oráculo del Señor de los ejércitos» (8,16-17).
La importancia primordial de la ética no significa que Zacarías margine el culto por completo. Él también se refiere a la reconstrucción del templo (1,16) y promete a Zorobabel que terminaría la obra *no por la fuerza ni con riquezas, sino con la ayuda del espíritu de Dios+ (4,6b-10a). Esta reconstrucción abre paso a una nueva era de prosperidad y salvación (8,9-13).

2. La visión del futuro

La segunda gran diferencia entre Ageo y Zacarías se refiere a la visión del futuro. Ageo sólo habló del esplendor del nuevo templo y de la restauración de la dinastía davídica en la persona de Zorobabel. Zacarías dedica a este tema mucho más espacio y, sobre todo, lo expresa de forma muy peculiar a través de sus famosas visiones, de carácter surrealista y mágico, que nos sitúa a las puertas de la apocalíptica.
Coggins ha subrayado la importancia de las visiones en sí mismas; no son un simple recurso literario sino que sitúan a Zacarías en la serie de los grandes visionarios del pasado: Amós, Isaías, Miqueas, Habacuc, Ezequiel. Mientras Ageo es un simple portavoz de Dios, a Zacarías se le permite conocer los misterios divinos.
El tema capital de las visiones es el nuevo mundo futuro. Muchos comentaristas piensan que su número original era siete, cosa bastante probable, ya que la estructura de 3,1-7 no corresponde a la de las otras. Prescindiendo de ella, el contenido de las visiones es el siguiente:

1) los caballos de colores; castigo de las naciones y bendición de Jerusalén (1,8-16).
2) Los cuatro cuernos y los cuatro herreros; castigo de los paganos (2,1-4).
3) El hombre del cordel; gloria de Jerusalén (2,5-9).
4) El candelabro de oro, las siete lámparas y los dos olivos; exaltación de Zorobabel y Josué, gobernador y sumo sacerdote respectivamente.
5) El rollo volando; castigo de los malvados (5,1-4).
6) La mujer en el recipiente; la maldad habita en Babilonia, donde es bien acogida (5,5-11).
7) Los cuatro carros; castigo del norte (6,1-8).

Las dos primeras y las dos últimas se centran en los países extranjeros que maltrataron a Judá. Las tres centrales se preocupan de la restauración judía. Y el centro lo constituye la visión cuarta, que habla de los dos grandes dirigentes, político y religioso, del nuevo pueblo de Dios. Todas las ilusiones alentadas por los judíos que marcharon desde el destierro se encuentran aquí plasmadas: Dios se vuelve benigno a su pueblo, castiga a sus adversarios, llena de gloria a Jerusalén, suprime a los malhechores y le concede unos gobernantes dignos de la nueva situación.

3. La reconstrucción y esplendor de Jerusalén

En esta visión del futuro hay algo que faltaba en Ageo: la reconstrucción y esplendor de Jerusalén. El templo no aparece como algo cerrado en sí mismo, sino como parte de un conjunto más amplio: «Me vuelvo a Jerusalén con compasión, y mi templo será reedificado y aplicarán la plomada a Jerusalén» (1,16). Este tema adquiere especial importancia en la visión tercera, la del muchacho con la cuerda de medir: «Por la multitud de hombres y ganados que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella» (2,8-9).
Esta importancia de Jerusalén reaparece en los tres primeros oráculos del c.8. Concretamente, el segundo, aludiendo a textos de Isaías y Miqueas, promete: «Volveré a Sión, habitaré en medio de Jerusalén; Jerusalén se llamará Villafiel, el Monte del Señor de los ejércitos, Montesanto» (8,3). Villafiel alude a Isaías 1,21-26, donde se denuncia que Jerusalén, la esposa fiel de Dios, se ha convertido en una prostituta por culpa de las injusticias de las autoridades. Y que el monte del Señor se llame Montesanto es lo contrario de lo dicho por Miqueas: «el monte del templo será un cerro de breñas» por culpa de las injusticias de las autoridades (Miq 3,12). Por consiguiente, de acuerdo con uno de sus temas capitales, Zacarías ve el futuro de Jerusalén caracterizado por la justicia.
El tercer oráculo subraya la paz y bienestar de la capital: «Otra vez se sentarán ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén, y habrá hombres tan ancianos que se apoyen en cachavas; las calles de la ciudad se llenarán de chiquillos y chiquillas que jugarán en la calle» (8,4-5). Esta promesa, que parece demasiado trivial, adquiere pleno sentido cuando se piensa en las poblaciones y las calles de ciudades asoladas por el terrorismo, como Bagdad o Gaza.

4. La importancia y salvación de Judá

Por otra parte, igual que el templo no es una magnitud cerrada en sí misa, sino parte de la capital, tampoco Jerusalén es una magnitud cerrada en sí misma, sino capital de Judá. Por eso, Zacarías habla también del futuro de toda la provincia. En la primera visión, el ángel pide a Dios que se compadezca «de Jerusalén y de los pueblos de Judá» (1,12), y el Señor promete no sólo el bienestar de la capital sino también del resto del país: «Otra vez rebosarán las ciudades de bienes» (1,17).
También la segunda se tiene presente la desgracia común de Jerusalén y Judá. Y la tercera, aunque se centra en la prosperidad y seguridad de la capital, no olvida al resto de la provincia: «El Señor tomará a Judá como lote suyo en la tierra santa y volverá a escoger a Jerusalén» (2,16).
La visión quinta, la del rollo volando, tiene especial interés. Hemos visto que la Jerusalén futura se caracterizará por la justicia; y esto mismo podrá decirse de toda Judá, porque el Señor purificará «la superficie de todo el país» (5,3). La visión se centra en la condena de ladrones y perjuros, que serán eliminados de Judá. A veces se han interpretado estos grupos como representantes de toda clase de transgresiones contra el Decálogo: los ladrones encarnan a quienes pecan contra los preceptos de la segunda tabla, los perjuros a quienes pecan contra la primera. Es una teoría que se remonta a san Jerónimo y reaparece en algunos comentaristas modernos. Lo extraño en ella es que se mencione primero a los transgresores contra la segunda tabla. Por eso, bastantes autores prefieren entender la visión en sentido más concreto: no habla de transgresiones genéricas, sino de problemas acuciantes de aquella época. Sellin, por ejemplo, veía en los ladrones al grupo de quienes no fueron al destierro y se apoderaron de las tierras y casas de los exiliados; cuando éstos vuelven y las reivindican, surge un profundo conflicto entre ellos. Elliger y Amsler aceptan la teoría añadiendo que los perjuros serían quienes robaron las casas y campos de los exiliados y re curren ahora a falsos juramentos para conservarlos. Existen también otras hipótesis, pero, en cualquiera de ellas, lo importante lo importante es que Judá se verá libre de malvados. «Cambiaré mis planes para hacer bien a Jerusalén y a Judá» (8,15).

5. La organización del estado

El mensaje de Ageo se dirige inicialmente al gobernador de Judea, Zorobabel, y al sumo sacerdote, Josué (1,1) y continúa mencionándolos juntos (1,12.14; 2,2.4). Pero el último oráculo se dirige sólo a Zorobabel. Y en ningún momento se habla de la relación entre ambos poderes, político y religioso. Lo único que interesa es que colaboren en la reconstrucción del templo.
Zacarías trata el tema de forma mucho más detallada. En la visión cuarta, la del candelabro de oro y los dos olivos, queda claro que Zacarías concibe el gobierno como una diarquía: el gobernador y el sumo sacerdote son los dos ungidos al servicio del Dueño de todo el mundo (4,14). Esta idea repercutirá siglos más tarde en la comunidad de Qumrán, donde se hablará de los dos mesías, de Israel y de Aarón, el regio y el sacerdotal.
Al final del capítulo 6 encontramos otro oráculo que habla de la buena relación entre ambos poderes: «Así dice el Señor de los ejércitos: Ahí está el hombre llamado Germen, que construirá el templo; su descendencia germinará; él construirá el templo, él asumirá la dignidad y se sentará en el trono para gobernar; mientras el sumo sacerdote se sentará en el suyo y reinará la concordia entre los dos» (6,12). Un lector imparcial debe reconocer en el personaje llamado Germen a Zorobabel por dos motivos: 1) Zorobabel significa “semilla de Babilonia”, y con ese nombre simbólico encaja perfectamente la referencia al Germen y a germinará; 2) la misión de construir el templo es la que realizará Zorobabel según Zac 4,6b-10a; el lector moderno puede considerar más lógico que la reconstrucción se encomiende a Josué, el sumo sacerdote; pero recuérdese que el primer templo lo construyó el rey Salomón, y que esta tarea, en el mundo antiguo, es misión de los reyes, no de los sacerdotes.
Por consiguiente, este oráculo del c.6 habla también de los dos poderes e insiste en la armonía que reinará entre ellos. Cosa muy digna de tener en cuenta, ya que autores posteriores, como el Cronista, se esforzarán por poner al sumo sacerdote por encima del rey.
El libro de Zacarías habla también de Josué en otros textos, pero plantean tantos problemas que resulta imposible tratarlos en este momento.

6. La salvación de los paganos

La última diferencia, quizá la más importante, entre Ageo y Zacarías la encontramos en su actitud ante los extranjeros. Ageo no les dedica una sola palabra, a no ser para hablar del final de los reinos paganos. Zacarías también habla de «las naciones confiadas que se aprovecharon de mi breve cólera» para castigar a Judá y Jerusalén (1,15) y anuncia su castigo, especialmente en las visiones segunda y séptima.
Pero la gran diferencia la constituye una serie de promesas positivas con respecto a los pueblos paganos. La primera la encontramos en la visión tercera: «Aquel día se incorporarán al Señor muchos pueblos y serán pueblo mío» (2,15). El profeta utiliza la fórmula de la alianza entre Dios e Israel («vosotros sois mi pueblo y yo soy vuestro Dios») para hablar de la relación futura de muchos pueblos con Dios[4]. Es la mayor expresión de universalismo, porque Israel y esos otros pueblos quedan al mismo nivel.
Este tema reaparece en un momento capital: los dos últimos oráculos del c.8, que cierran todo el mensaje de Zacarías. «Así dice el Señor de los ejércitos: Todavía vendrán pueblos y vecinos de ciudades populosas; los de una ciudad irán a los de otra y les dirán: “Vamos a aplacar al Señor. Yo voy contigo a visitar al Señor de los ejércitos”. Así vendrán pueblos numerosos y naciones poderosas a visitar al Señor de los ejércitos en Jerusalén y a aplacar al Señor» (8,20-22). La expresión «aplacar al Señor» (halôt ’et penê yhwh) es poco frecuente[5], y puede provocar una impresión negativa en el lector, como si los paganos se encontrasen en una situación de inferioridad con respecto a los judíos y necesitasen aplacar al Señor. Sin embargo, conviene recordar que «aplacar al Señor» es algo que un salmista hace «de todo corazón» (Sal 119,58) y que otros textos proféticos aconsejan a los israelitas (Mal 1,9; Dan 9,15). El mismo Zacarías ha dicho poco antes que un judío piadoso, Betel-saréser, envió a «aplacar al Señor» (Zac 7,2). Mucho más clásica es la fórmula «buscar/visitar al Señor» (biqqesh ‘et yhwh). Lo que el profeta Amós pedía a los israelitas en nombre de Dios lo hacen ahora los paganos.
El último oráculo aduce el motivo de esta búsqueda del Señor: «En aquellos días diez hombres de cada lengua extranjera agarrarán a un judío por la orla del manto y le dirán: “Vamos con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros”» (8,23). El enfoque de este oráculo es muy interesante cuando se recuerdan otros textos anteriores o contemporáneos. Muchas veces se habla de esta peregrinación de los paganos a Jerusalén, pero vienen a la ciudad para traer a sus hijos, ponerse a su servicio o enriquecerla. En este texto final de Zacarías, lo único que mueve a los paganos a ponerse en marcha es el deseo de encontrar a Dios y gozar de su presencia.

5. Isa 60-62

Como indiqué antes, Hanson considera que el núcleo más antiguo del Tercer Isaías (Is 56-66) es contemporáneo de Ageo y Zacarías y reflejaría una mentalidad muy distinta: la de un grupo visionario, unido a un grupo de levitas marginados por los sacerdotes. En concreto, los capítulos 60-62 constituirían el programa de los visionarios, y a la misma época pertenecería 57,14-19. Otros autores se inclinan a una datación parecida de estos capítulos (Bonnard, Elliger, Vermeylen, Sekine, P. A. Smith, Blenkinsopp) o incluso de toda la actividad del profeta o del grupo: Bonnard (537-520); Elliger (538-515); Fischer (536-530); Glahn (ca. 530). Emmerson, aunque no se atreve a datar los oráculos con exactitud, piensa que los conflictos reflejados en algunos capítulos pudieron surgir «poco después de la vuelta de los primeros desterrados»[6]. Aunque no todos los autores están de acuerdo con esta datación y sitúan estos capítulos en años o décadas más tarde, podemos leer Is 60-62 en este contexto. Por simple comodidad llamaré a su autor Tritoisaías.
Estos capítulos ofrecen una imagen algo caótica. A veces el profeta habla a Jerusalén, otras habla de sí mismo y de su misión, luego es Dios quien habla al pueblo; a continuación es Jerusalén quien toma la palabra, y de nuevo el profeta habla a Jerusalén, para terminar dirigiéndose al pueblo y a Jerusalén. Me limitaré a indicar algunos aspectos importantes en relación con lo ya dicho sobre Ageo y Zacarías.

1. El cambio de destinatario: Jerusalén

Si comenzamos por el principio, cosa nada obvia cuando se lee la Biblia, lo primero que llama la atención es el destinatario al que se dirige el profeta. No se trata de Zorobabel y Josué, como en Ageo, ni del pueblo en general, como en Zacarías, sino de Jerusalén, una compleja figura simbólica que aparece como mujer y como ciudad. Al mismo tiempo, la Jerusalén-mujer puede entenderse como esposa y como madre. Estos tres matices, ciudad, madre, esposa, se entremezclan de manera libre y genial.
Uno de los aspectos que han hecho más famosa a la ciudad actual es la luz dorada que ilumina las murallas al atardecer. Una canción moderna la llama «yerushalaim shel zahab», Jerusalén de oro. El profeta se sitúa en una perspectiva distinta: la luz dorada no es una característica habitual de la ciudad de su tiempo. Lo que domina, igual que a todos los otros pueblos de la tierra, es la oscuridad. Pero el profeta le anuncia: «Levántate, brilla, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti» (60,1). Una luz tan impresionante que atrae hacia ella a pueblos y reyes de todo el mundo. A esta peregrinación se unen «tus hijos que llegan de lejos y tus hijas, a las que traen en brazos» (60,4). De la Jerusalén-ciudad hemos pasado imperceptiblemente a la Jerusalén-madre, dolida por la pérdida de sus hijos y consolada con la certeza de su retorno. Pero enseguida volvemos a la Jerusalén-ciudad para enterarnos de la enorme riqueza que le espera, traída por una multitud de camellos y dromedarios: oro, incienso, carneros de Nebayot, oro y plata, cipreses, abetos y pinos del Líbano.
Sin embargo, esta Jerusalén sobre la que amanece la gloria de Dios no es una ciudad terminada y segura. Hay que reconstruir sus murallas, adornar y ennoblecer el templo. Y esta tarea la llevarán a cabo los extranjeros y sus reyes. Esta sección comienza con unas afirmaciones aparentemente contradictorias: «Extranjeros reconstruirán tus murallas… tus puertas estarán siempre abiertas, ni de día ni de noche se cerrarán» (60,10-11). Parece absurdo construir una muralla y dejar sus puertas siempre abiertas. Sería más lógico decir, como Zacarías, que Jerusalén no tendrá murallas porque el Señor mismo la rodeará «como muralla de fuego» (Zac 2,9). Pero la óptica de nuestro profeta es distinta: la muralla se reconstruye para expresar su seguridad y poderío; las puertas quedan siempre abiertas para de día y de noche puedan entrar todos los reyes del mundo trayendo la riqueza de los pueblos.
En medio de estas oscilaciones entre Jerusalén-ciudad y Jerusalén-madre aparece a veces la Jerusalén-esposa de Dios. La esposa que fue herida con ira, abandonada, aborrecida. Pero todo esto pertenece al pasado. «Si te herí con ira, con amor te compadezco» (60,10). «Te llamarán Ciudad del Señor, Sión del Santo de Israel» (60,14). «Estuviste abandonada, aborrecida, sin un transeúnte, pero te haré el orgullo de los siglos, la delicia de todas las edades» (60,17). Porque el Dios-esposo ha cambiado de actitud «y sabrás que yo, el Señor, soy tu salvador, que el campeón de Jacob es tu redentor» (60,16).
El profeta pasa de nuevo a la Jerusalén-ciudad para hablar de su riqueza, su paz y su justicia: «En vez de bronce te traeré oro; en vez de hierro, te traeré plata; en vez de madera, bronce, y en vez de piedra, hierro; te daré por inspector la paz y por capataces, la justicia» (60,17).
Y cuando parece que todo ha terminado, reaparece el tema inicial de la luz: «Ya no será el sol tu luz en el día, ni te alumbrará la claridad de la luna; será el Señor tu luz perpetua y tu Dios será tu esplendor; tu sol ya no se pondrá ni menguará tu luna, porque el Señor será tu luz perpetua y se habrán cumplido los días de tu luto» (60,19-20).

2. Contraste con Ageo y Zacarías: su explicación

Este capítulo inicial contrasta notablemente con el mensaje de Ageo y de Zacarías, no sólo por el destinatario, como decíamos antes, sino también por su contenido. Ageo, desde el primer momento, invita a la acción concreta: la reconstrucción del templo. Zacarías exhorta a la acción global, a la conversión que se manifiesta en abandonar la mala conducta y las malas acciones. Tritoisaías sólo exhorta a mirar en torno y escuchar. Porque el gran cambio futuro no será fruto del esfuerzo humano sino regalo de Dios. La última estrofa subraya este tema: «En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la tierra… el pequeño crecerá hasta mil y el menor se hará pueblo numeroso» (60,21-22). Ni siquiera la práctica de la justicia es presentada como compromiso del hombre, sino como don de Dios.
¿Cómo se explica este mensaje tan distinto al de los otros dos profetas? La respuesta la encontramos en el poema siguiente, el más famoso del Tritoisaías, porque se lo aplicó Jesús en la sinagoga de Nazaret.

«El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.
Me ha enviado para dar una buena noticia a los que sufren,
Para vendar los corazones desgarrados,
Para proclamar la amnistía a los cautivos
Y a los prisioneros la libertad.
Para proclamar el año de gracia del Señor,
El día del desquite de nuestro Dios;
Para consolar a los afligidos, los afligidos de Sión,
Para cambiar su ceniza en corona,
Su luto en perfume de fiesta,
Su abatimiento en traje de gala» (61,1-3)

Según Blenkinsopp, este texto representa el centro de Is 60-62 y también de toda la estructura de Is 56-66. Y aquí es donde se advierte la mayor diferencia entre este profeta y los dos anteriores. Ageo ve al pueblo como un colectivo egoísta, que sólo piensa en cubrir sus necesidades materiales, despreocupándose de las de Dios; al mismo tiempo, un colectivo insensato, que no sabe poner el verdadero remedio a sus problemas. Zacarías habla de un pueblo con el que Dios estuvo muy irritado y que debe volver a Dios para que Dios vuelva a él; aunque el mensaje de Zacarías es predominantemente consolador, nunca pierde de vista al pueblo como sujeto de obligaciones.
A diferencia de ellos, Tritoisaías ve al pueblo como un colectivo que sufre, corazones desgarrados, afligidos, abatidos. Son cautivos, prisioneros, cubiertos de ceniza y vestidos de luto. A este profeta podríamos aplicar lo que dice Mt 9,36 de Jesús: «Viendo a la multitud, se compadeció de ellos porque andaban maltrechos y postrados, como ovejas sin pastor». A una persona que sufre no se le encomienda ante todo una misión, ni se le exhorta a convertirse; se la consuela. Y eso es lo que hace Tritoisaías en nombre de Dios. En este punto, la diferencia con Ageo es grande. Ageo nos habla de un Dios celoso de sus derechos y de su templo. Tritoisaías nos habla de un Dios que se compadece y consuela.
Esta manera de ver a Dios y al pueblo condiciona también la forma en que el profeta se ve a sí mismo. No es un heraldo que comunica el malestar de Dios, ni un visionario que ofrece una visión maravillosa del futuro, sino una persona ungida por el Espíritu para transmitir una buena noticia y consolar.
Luego, como reacción espontánea al consuelo, la comunidad se pone a reconstruir el país, no precisamente el templo:
«Reconstruirán las viejas ruinas, levantarán los antiguos escombros;
renovarán las ciudades en ruinas, los escombros de muchas generaciones» (61,4).

Lo que resta del capítulo 61 y el 62 vuelven sobre temas parecidos, desarrollando especialmente el de la relación entre Dios y Jerusalén:
«Serás corona fúlgida en la mano del Señor
Y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «la abandonada», ni a tu tierra «la devastada».
A ti te llamarán «Mi preferida», y a tu tierra «La Desposada»,
Porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido.
Como un joven se casa con una doncella,
Así te desposa el que te construyó;
La alegría que encuentra el marido con su esposa,
La encontrará tu Dios contigo» (62,3-5).

3. Un texto polémico

Aunque dejo sin tratar bastantes aspectos por falta de tiempo, no puedo omitir un texto que parece abordar, con punto de vista muy distinto, uno de los grandes problemas de la época: la reconstrucción del templo. Me refiero a Is 66,1-2:

«Así dice el Señor:
El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies.
¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso?
Todo esto lo hicieron mis manos, y existió todo esto.
Pero en ése pondré mis ojos: en el humilde y en el abatido
Que se estremece ante mis palabras».

La polémica con Ageo y Zacarías parece tan clara que algunos intentan eludir el problema refiriendo el texto a la construcción de un templo cismático en Egipto o en cualquier otro lugar de la Diáspora. Parece una actitud poco honesta. Es preferible admitir que, dentro del movimiento profético, había notables diferencias en ciertas cuestiones, incluso de importancia.

6. Conclusión

Desde el siglo XIX al menos, la iglesia, ante los frecuentes ataques que sufre, se ha refugiado cada vez más en un monolitismo que impulsa a decir siempre lo mismo en todas partes y en las más diversas circunstancias. La uniformidad ofrece seguridad. Pero la Palabra de Dios nos depara, una vez más, una sorpresa. Los años de la restauración son de los más conflictivos e inseguros para los judíos. Cabría esperar que los tres profetas dijeran lo mismo y con enfoques parecidos. Sin embargo, la Palabra de Dios no es monolítica, se amolda al vehículo humano que elige y termina adquiriendo formas muy distintas. Si la iglesia actual fuese consciente de este hecho, probablemente se evitarían muchos malos ratos y muchas condenas.

NOTAS

[1] Teología del Antiguo Testamento II, 353.
[2] Darío enumera a los siguientes jefes rebeldes que debió eliminar: «A Gaumata, un mago que mintió diciendo: 'yo soy Birtiya, el hijo de Ciro', el cual hizo rebelarse a los persas. A Hasina, el elamita, el cual hizo rebelarse a los elamitas diciendo: 'yo ejercí la realeza de los elamitas -que él decía-. A Nidintubel, un babilonio que mentía diciendo: 'yo soy Nabucodonosor, hijo de Nabónido', el cual hizo rebelarse a los babilonios. A Martiya, un persa que mentía diciendo: 'yo soy Ummanis, rey de los elamitas', el cual hizo rebelarse a los elamitas. Al medo Fraortes, que mentía diciendo: 'yo soy Satarida, de la estirpe de Ciaxares' -que él decía-, el cual les hizo rebelarse a los medos. A Zisantakma, el sagartidio, que mentía diciendo: 'yo ejercí la realeza por ser de la estirpe de Ciaxares' -que él decía-, el cual hizo rebelarse a los sagartidios. A Pirrada, el margiano, que mintió diciendo: 'la realeza de los margianos yo ejercí', el cual hizo rebelarse a los margianos. A Misdata, el persa, que mintió diciendo: 'yo soy Birtiya, hijo de Ciro', el cual les hizo rebelarse a los persas. A Haraka, el armenio, que mentía diciendo: 'yo soy Nabucodonosor, hijo de Nabónido' -que él decía-, el cual hizo rebelarse a los babilonios».
[3] Limitándonos a autores de los últimos años, Pomykala (1995) no considera que el texto exprese esperanzas mesiánicas. Mason, en cambio (1998), mantiene que el texto expresa la esperanza de restauración de la dinastía davídica. Poco después, Rose[3] (2000) afirma que la presentación de Zorobabel no es mesiánica ni regia. Kessler (2006) considera que el texto presenta a Zorobabel como un gobernador subalterno de una pequeña provincia dentro del imperio, pero que merece respeto y honor; estar sometidos a una potencia extranjera no es incompatible con el sometimiento a Dios; la promesa de Natán no ha muerto pero se adapta a las nuevas circunstancias del imperio persa: Zorobabel no es rey sino gobernador. Lo que pretende Ageo es animar a una comunidad desanimada, insistiéndole en que vida y su culto, incluyendo el templo y el gobernador, eran aceptables a Yahvé.
[4] Estas palabras recuerdan unas mucho más concretas que encontramos en el libro de Isaías: «Aquel día habrá una calzada de Egipto a Asiria: los asirios irán a Egipto y los egipcios a Asiria; los egipcios con los asirios darán culto a Dios. Aquel día Israel será mediador entre Egipto y Asiria, será una bendición en medio de la tierra; porque el Señor de los ejércitos lo bendice diciendo: ¡Bendito mi pueblo, Egipto, y la obra de mis manos, Asiria, y mi heredad, Israel!» (Is 19,23-25).
[5] Aparte de Zac 7,2; 8,21.22, sólo la encontramos en boca de Saúl, antes de la batalla contra los filisteos (1 Sm 13,12), en boca del rey Jeroboán I (1 Re 13,6), como acción del rey Joacaz (2 Re 13,4) y de un salmista (Sal 119,58); Mal 1,9 pide al pueblo que aplaque al Señor, y Dan 9,15 indica que eso debería haber hecho pueblo y no lo hizo.
[6] Grace I. Emmerson, Isaiah 56-66. OTG (Sheffield 1992), p. 68.

2 comentarios:

Adolffff dijo...

Esta muy bueno el material, saludos desde Argentina. Me ha servido mucho para trabajar el profetismo en el pueblo hebreo, ya que estoy realizando una monografia.

angel silvero dijo...

Me sirvió muchísimo.