El capítulo 7 se abre con un momento de amenaza profunda para el país y para la dinastía davídica. El año 734 a.C., el rey de Siria, Resín, y el de Israel, Pécaj, se coaligan contra Judá. No sabemos los motivos exactos. Por disputas territoriales, o porque quieren obligar a Acaz a formar parte de una coalición antiasiria. En cualquier hipótesis, el proyecto de estos dos monarcas extranjeros es destituir a Acaz y poner en el trono a un personaje que no desciende de David, "el hijo de Tabeel". La promesa de la descendencia eterna corre grave peligro.
En estos momentos, Dios envía al profeta a entrevistarse con el rey, que se encuentra en la Alberca de Arriba, revisando las provisiones de agua con vistas al asedio. Lo que debe decir es lo siguiente:
¡Vigilancia y calma! No temas, no te acobardes, ante esos dos cabos de tizones humeantes. Aunque Siria trame tu ruina diciendo: 'Subamos contra Judá, sitiémosla, abramos brecha en ella y nombraremos rey en ella al hijo de Tabeel'. Así dice el Señor: 'No se cumplirá ni sucederá: Damasco es capital de Siria, y Rasín capitán de Damasco; Samaría es capital de Efraín, y el hijo de Romelías capitán de Samaría. Si no creéis, no subsistiréis' (7,4-9).
Esto podría haberlo dicho el autor del Salmo 2: "¿Por qué se amotinan las naciones... y los príncipes conspiran juntos contra el Señor y contra su Ungido?". Pero Isaías añade algo nuevo: "si no creéis, no subsistiréis". Esto significa que el profeta no da un valor absoluto a la promesa de Natán. 2 Sam 7,16 cierra el oráculo divino con estas palabras categóricas: "Tu casa y tu reino durarán (ne'eman) por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre". Es una promesa incondicional, eterna, aunque los descendientes de David "se tuerzan" (v.14).
Isaías no comparte esta opinión. Para él, la subsistencia de la dinastía davídica depende de una condición: "Si no creéis (ta'amînû) no subsistiréis (te'amenû)" (7,9b). Este juego de palabras con el verbo 'aman es una referencia intencionada a 2 Sam 7,16, donde aparece el mismo verbo. Con ello pone en tela de juicio la tradición anterior. Acepta el compromiso inicial de Dios con la dinastía, pero niega que ese compromiso sea automático, incondicional. Es preciso que los sucesores de David demuestren confianza en la promesa, serenidad y calma en los momentos difíciles. De lo contrario, "no subsistiréis".
Un análisis detenido de los versos 4-9 (cosa que aquí no podemos presentar) demuestra que Isaías no pronuncia ante Acaz un oráculo de salvación. Anuncia la derrota de los enemigos. Lo que ocurra a Judá dependerá de que el rey adopte o no la postura requerida por Dios.
El oráculo de Emmanuel
Los versos siguientes dejan claro que Acaz no piensa de ese modo. Como garantía de su ayuda, Dios ordena al rey que pida un signo "en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo". Para comprender esta orden y los versos siguientes es preciso conocer los distintos sentidos del término "signo" ('ôt) en el Antiguo Testamento.
a) En muchos casos aparece como algo que recuerda al hombre su compromiso con otro hombre o con Dios; o a Dios su compromiso con el hombre. En este apartado entran el arco iris (Gn 9,12.17), el sábado (Ex 31,13.17), la circuncisión (Gn 17,11), la sangre (Ex 12,13), los ázimos (Ex 13,9), la ofrenda de los primogénitos (Ex 13,16), las doce piedras sacadas del Jordán (Jos 4,6).
b) En otras ocasiones tiene el sentido de prodigio, portento, algo que supera lo normal. Por ejemplo, el bastón de Moisés convertido en culebra (Ex 4,8), la plaga de tábanos (Ex 8,19), el fuego que devora la comida de Gedeón (Jue 6,17-22), el retroceso de la sombra diez grados en el reloj de sol de Ezequías (2 Re 20,8s = Is 38,7.22). Este sentido de prodigio es muy frecuente en plural ('otôt), sobre todo unido a mopetîm: "signos y prodigios", que se aplica a menudo a los portentos realizados por Yahvé para sacar a su pueblo de Egipto.
c) En ciertos casos, el signo se refiere a algo futuro que exige fe por parte de aquel a quien se le ofrece. Los ejemplos más interesantes son los de Ex 3,12; 2 Re 19,29 = Is 37,30; Jer 44,29. Humanamente, se trata de algo absurdo. Si los signos del segundo apartado sirven para confirmar la fe, éstos parece que sólo sirven para ponerla a prueba. Sólo un hombre de fe profunda puede aceptar un signo de este tipo.
Pero en este texto ocurre algo interesante. Es el único caso en el que Dios obliga a pedir un signo. En otras ocasiones es él quien lo ofrece, o el hombre quien lo pide por propia iniciativa. Esta obligación da un matiz nuevo al hecho. El signo se convierte en trampa para Acaz. ¿Qué ocurrirá si lo pide? ¿Qué, si no lo pide? Sabemos lo ocurrido en la segunda hipótesis. No creo que las cosas hubiesen ido mejor para Acaz en la primera. Isaías podría haberlo acusado de incredulidad, de falta de confianza. Acaz, lo olvidamos a menudo, se encuentra en un callejón sin salida. A ninguno de nosotros nos habría gustado encontrarnos en su lugar.
El rey opta por la solución que considera más adecuada ante Dios y el profeta: no pedir un signo para no tentar a Dios. De hecho, ninguna ley prohibe no pedir un signo. Y ningún texto del Antiguo Testamento dice que pedir un signo sea tentar a Dios. Pero Acaz teme que se interprete su postura como falta de fe. Por otra parte, estaba convencido de que Isaías no podía ofrecerle un signo más claro de victoria que el que él ya había buscado o estaba a punto de conseguir: el ejército asirio.
Sin embargo, no le sirve de nada refugiarse en una falsa piedad. Isaías lo acorrala con una acusación (v.13), a la que sigue el famoso oráculo de Emmanuel (vv.14-16):
14 Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal:
Mirad: la muchacha está encinta y dará a luz un hijo
y le pondrás por nombre Emmanuel.
16 Porque antes que el niño aprenda
a rechazar el mal y escoger el bien,
quedará abandonada la tierra
de los dos reyes que te hacen temer.
El profeta emplea el género literario típico para anunciar un nacimiento (ver Gn 16,11ss; 17,19; 25,23; Jue 13,5; 1 Re 13,2s). Al hecho fundamental, que es la concepción y el nacimiento, se añade alguna vez el nombre, con o sin su interpretación (ver Gn 16,11s; 1 Re 13,2s). Sin embargo, estos motivos del nombre y su interpretación, que parecen secundarios, son los que adquieren más relieve en Isaías.
Por ello, sería equivocado centrar la importancia del pasaje en identificar a esa joven de la que habla. La tradición cristiana, capitaneada por San Mateo, dirá que es la Virgen María. Esta interpretación puede ser válida en una lectura posterior, pero no en el momento histórico del profeta. Nos encontramos en una crisis política muy grave, y lo que él promete es una solución pronta del problema, un niño que simbolizará la ayuda de Dios. Carece de sentido que Isaías anuncie algo para dentro de ocho siglos. Lo más probable es que se refiera a la esposa del profeta o a la del rey, aunque existen otras interpretaciones, algunas casi demenciales (una figura mitológica, una mujer que se hallaba presente, todas las mujeres judías embaraza¬das en aquel momento, una prostituta sagrada estéril, Sión).
Lo más importante es que esa joven dará a luz un niño y le pondrá por nombre Emmanuel (Dios con nosotros). ¿Qué sentido tiene el nombre? ¿Favorable, desfavorable o ambiguo? Las tres opiniones son defendidas con igual pasión por los comentaristas. Los partidarios del sentido favorable se basan en textos como Jos 1,9; Jue 6,12; Dt 20,4, donde se promete la compañía de Dios a un guerrero o al ejército. Decirle: "el Señor está contigo" es la mayor garantía de éxito. Del mismo modo, el nombre Emmanuel significaría confianza en la victoria sobre los enemigos.
Los defensores del sentido desfavorable aluden a la falta de fe de Acaz, a que los versos 14-17 contienen una amenaza y a que la presencia de Dios garantizada por ese nombre no significa necesariamente una presencia salvífica. Amós, que tanto influjo ejerció en Isaías, habla de una venida de Dios a su pueblo, de un hacerse presente, para enfrentarse a él y castigarlo (Am 4,12; 5,17). En este caso, el nombre del niño podría entenderse como amenaza o, al menos, como súplica en un momento difícil ("Dios esté con nosotros").
Los versos siguientes desarrollan ambos aspectos. Por eso, parece preferible mantener una postura ambigua. El v.16 pone de relieve el aspecto salvífico del nombre: derrota de la coalición enemiga en un plazo relativamente breve. En cambio, el v.17 desvela su sentido ominoso: sobre Acaz, sobre su pueblo, sobre su dinastía, vendrán días terribles. Quizá la frase se prestaba a dudas, y un glosador lo dejó completamente claro al decir lo que vendría: "el rey de Asiria" (estas palabras faltan inexplicablemente en la Nueva Biblia Española, en la Biblia del Peregrino y en la traducción de la Casa de la Biblia).
Resumiendo esta segunda escena: Acaz, al rechazar el signo prodigioso que le ofrece Dios, se ve enfrentado a un signo que requiere fe. Más aún, un signo que, en personas de poca fe, sólo sirve para fomentar la incredulidad. Porque es difícil admitir que un niño, lo más débil e indefenso, garantice la victoria de Dios y su presencia. Sin embargo, ese niño ya concebido y a punto de nacer, cuando reciba su nombre y vaya creciendo, se convertirá en amenaza para Acaz. El simple pasar de los días y los meses, la aproximación inevitable a ese momento en que aprenda a rechazar lo malo y elegir lo bueno, lo van convirtiendo en signo de la victoria de Dios sobre Damasco y Samaría. Pero entonces quedará claro que ese Dios presente en Judá podrá exigir cuentas al rey y al pueblo que no han creido en él. Emmanuel será entonces signo de cólera y anuncio de devastación.
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