Los recopiladores y editores del libro de Isaías no se molestaron en ordenar el material cronológicamente ni en distinguir entre oráculos auténticos e inauténticos. De este modo, reconstruir la actividad profética de Isaías es una aventura apasionantes, pero en muchos casos poco segura[1]. Por ejemplo, dos famosos textos "mesiánicos" (9,1-6; 11,1-9) se duda que sean del profeta; y, entre los defensores de la autenticidad, unos los fechan en el año 732 y otros después del 701. Los resultados son muy distintos según nos atengamos a una u otra de estas tres hipótesis. De todas formas, creemos que la tarea merece la pena, porque pone de relieve el carácter concreto e histórico de la palabra de Dios y de la actividad de Isaías. A lo largo de estas páginas procuraremos dejar claro qué datos son seguros y cuáles meramente probables.
Dividiremos la actividad de Isaías en cuatro períodos, coincidentes en líneas generales con los reinados en que vivió[2]: Yotán, Acaz, minoría y mayoría de edad de Ezequías[3].
Resumen de su mensaje en esta época
Lo que más preocupa a Isaías durante estos primeros años es la situación social y religiosa. Constata numerosas injusticias, las arbitrariedades de los jueces, la corrupción de las autoridades, la codicia de los latifundistas, la opresión de los gobernantes. Todo esto pretenden enmascararlo con una falsa piedad y abundantes prácticas religiosas (1,10‑20). Pero Isaías reacciona de forma enérgica. Jerusalén ha dejado de ser la esposa fiel para convertirse en una prostituta (1,21‑26); la viña cuidada por Dios sólo produce frutos amargos (5,1‑7).
Por otra parte, el lujo y el bienestar han provocado el orgullo en ciertos sectores del pueblo[4]. A veces se manifiesta de forma superficial e infantil, como en el caso de las mujeres (3,16-24), pero en ocasiones lleva a un olvido real y absoluto de Dios, como si Él careciese de importancia en comparación con el hombre. A esto responde el profeta con el magnífico poema 2,6-22, en el que se observa el impacto tan grande que le produjo la experiencia de la santidad de Dios, tal como la cuenta el c.6.
Resulta difícil sintetizar la postura de Isaías ante esta problemática tan variada. Predomina la denuncia, el sacudir la conciencia de sus oyentes, haciéndoles caer en la cuenta de que su situación no es tan buena como piensan. Como consecuencia de ello, desarrolla ampliamente el tema del castigo (2,6-22; 3,1-9; 5,26-29 etc.). Pero con esto no reflejamos exactamente la actitud de Isaías en estos años. Su principal interés radica en que el hombre se convierta (1,16-17; 9,12), practique la justicia, se muestre humilde ante Dios. Su deseo profundo no es que Jerusalén quede arrasada, sino que vuelva a ser una ciudad "fiel". Denuncia del pecado y anuncio del castigo están subordinados a este cambio profundo en el pueblo de Dios.
Comentario a textos selectos
1. La justicia por delante del culto (1,10-17)
Las afirmaciones de Isaías sobre este tema parecen muy inspiradas en Amós, con la única diferencia de que Isaías hace una enumeración exhaustiva de todas las prácticas cultuales con las que el hombre busca inútilmente llegar a Dios[5]:
10 Oíd la palabra del Señor, autoridades de Sodoma,
escuchad la enseñanza de nuestro Dios,
gente importante de Gomorra.
11 ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios?
-dice el Señor-.
Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones.
La sangre de novillos, corderos y machos cabríos no me agrada.
12 Cuando entráis a visitarme (...?)[6]
¿quién os pide esto al pisar mis atrios?
13 No me traigáis más dones vacíos,
el incienso me resulta execrable.
Novilunios, sábados, asambleas...
no soporto iniquidad y festividad.
14 Vuestras solemnidades y fiestas las detesto;
se me han vuelto una carga que no soporto más.
15 Cuando extendéis las manos, cierro los ojos;
aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé.
Vuestras manos están manchadas de sangre.
16 Lavaos, purificaos,
apartad de mi vista vuestras malas acciones,
17 cesad de obrar mal, aprended a obrar bien.
Preocupaos por el derecho, enderezad al oprimido,
defended al huérfano, proteged a la viuda+ (Is 1,10-17).
La mención inicial de Sodoma y Gomorra subraya el pecado de Jerusalén y deja clara la posibilidad de un castigo divino. Pero Isaías no ve la corrupción de la capital en la línea sexual de aquellas dos ciudad (Gn 19). Si se hubiese expresado así habría encontrado la aprobación de muchos de sus oyentes. Él se fija en algo distinto, desconcertante para un israelita piadoso. Jerusalén está pervertida, no por sus desviaciones sexuales, sino por las desviaciones cultuales.
Los versos 11-15 contienen una crítica de los sacrificios de comunión, que intentan fomentar la unión con la divinidad repartiendo la víctima entre Dios, el sacerdote y el oferente; de los holocaustos, que suponían el máximo desprendimiento, ya que toda la víctima se quemaba, después de derramar la sangre sobre el altar; de las ofrendas vegetales, que sólo se ofrecían en casos especiales y la mayoría de las veces eran el complemento de un sacrificio sangriento; del incienso, enormemente costoso; de los novilunios, sábados y asambleas; de las grandes fiestas anuales e incluso de las oraciones.
Dios no puede reprochar en este caso desinterés por el culto. No ocurre aquí como más tarde, en tiempos de Malaquías, cuando se ofrecen al Señor "víctimas robadas, cojas y enfermas" (Mal 1,13). Más bien impresiona la abundancia y calidad de los animales: carneros, cebones, novillos, corderos, machos cabríos. Es una inundación de carne, grasa y sangre, que desborda los altares y los quemaderos del templo, con humo que se mezcla al olor del incienso y reuniones multitudinarias de fieles que alzan sus manos y multiplican las plegarias. El cuadro dibujado por Isaías, fundiendo en una sola imagen elementos dispares, provoca una sensación de agobio, casi de náusea. Y no sólo para nuestra sensibilidad de hombres modernos. También a Dios le repugna.
Y a esta abundancia creciente de ofrendas corresponde un rechazo creciente por parte de Dios: "¿qué me importan?", "estoy harto", "no me agrada". Rechazo que continúa en aumento al decir que no pide dones cuando vienen a visitarlo; al considerar el incienso como algo execrable, al indicar que las fiestas y solemnidades las detesta y le resultan insoportables, al cerrar los ojos y oídos ante las oraciones.
Todo el sistema cultual queda en entredicho tras esta enumeración, la más exhaustiva que encontramos en un texto profético. Dejemos para más adelante la cuestión de si Isaías critica el culto por sistema o sólo por la forma en que se lleva a cabo. Lo cierto es que estos versos terminan con la acusación de que "vuestras manos están manchadas de sangre" (15b). Después de ello cabría esperar una condena a muerte de los culpables. Pero lo que sigue es una exhortación, con nueve imperativos que avanzan cada vez más en sus exigencias. Los dos primeros ("lavaos, purificaos") piden lo imprescindible, dadas las circunstancias. Pero no se trata sólo de cubrir las apariencias. Hay que cambiar radicalmente el comportamiento y la actitud ante la vida. Los cuatro imperativos siguientes se agrupan en binas, que pasan de la desaparición de lo negativo ("apartad de mi vista vuestras malas acciones", "cesad de obrar el mal") a la implantación de lo positivo ("aprended a obrar el bien", "preocupaos por el derecho"). Son frases que corren el peligro de perderse en vaguedades. Por eso los tres últimos imperativos concretan sus exigencias. El "bien" y el "derecho", abstractos a primera vista, se realizan en la preocupación por las personas más débiles: "enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda".
Aparecen aquí, por vez primera, las dos clases de personas que más preocuparán a Isaías: huérfanos y viudas (1,23; 10,2). No es este profeta el primero en interesarse por su trágico destino. Antes de él lo hicieron otros en el Antiguo Oriente y en Israel. La ley del Código de la Alianza: "No explotarás a viudas ni huérfanos" (Ex 22,21) es anterior a Isaías. Quizá también la maldición contenida en el llamado Dodecálogo siquemita: "Maldito quien defraude su derecho al emigrante, al huérfano y a la viuda" (Dt 27,19). Pero no podemos interpretar a Isaías a partir de estas prescripciones. El profeta no se limita a lo que no se debe hacer. El va más adelante, se expresa de forma positiva. Pretende que imitemos la conducta de Dios, que "hace justicia al huérfano y a la viuda" (Dt 10,18), es "padre de huérfanos, defensor de viudas" (Sal 68,6), "sustenta al huérfano y a la viuda" (Sal 146,9). El hombre, a través del culto, intenta agradar a la divinidad, reconoce el puesto capital de Dios en su vida. Isaías recuerda que no hay mejor forma de agradar a Dios que la de interesarse por las personas que él más ama.
Pero este texto de Isaías, aparentemente tan radical y exhaustivo, es quizá más moderado que otros de Amós, Oseas y Miqueas. Porque Isaías no parece condenar el culto en cuanto tal, sino el culto practicado por unas personas que "tienen las manos manchadas de sangre" (v.15), gente que quiere unir "festividad e iniquidad" (v.13). Esta interpretación parece corroborada por la insistencia con que habla el profeta de vuestros sacrificios, vuestras fiestas, vuestros novilunios, vuestras solemnidades, vuestras oraciones. Lo que irrita a Dios no es el culto en cuanto tal, sino las personas que lo llevan a cabo.
10 Oíd la palabra del Señor, autoridades de Sodoma,
escuchad la enseñanza de nuestro Dios,
gente importante de Gomorra.
11 ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios?
-dice el Señor-.
Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones.
La sangre de novillos, corderos y machos cabríos no me agrada.
12 Cuando entráis a visitarme (...?)[6]
¿quién os pide esto al pisar mis atrios?
13 No me traigáis más dones vacíos,
el incienso me resulta execrable.
Novilunios, sábados, asambleas...
no soporto iniquidad y festividad.
14 Vuestras solemnidades y fiestas las detesto;
se me han vuelto una carga que no soporto más.
15 Cuando extendéis las manos, cierro los ojos;
aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé.
Vuestras manos están manchadas de sangre.
16 Lavaos, purificaos,
apartad de mi vista vuestras malas acciones,
17 cesad de obrar mal, aprended a obrar bien.
Preocupaos por el derecho, enderezad al oprimido,
defended al huérfano, proteged a la viuda+ (Is 1,10-17).
La mención inicial de Sodoma y Gomorra subraya el pecado de Jerusalén y deja clara la posibilidad de un castigo divino. Pero Isaías no ve la corrupción de la capital en la línea sexual de aquellas dos ciudad (Gn 19). Si se hubiese expresado así habría encontrado la aprobación de muchos de sus oyentes. Él se fija en algo distinto, desconcertante para un israelita piadoso. Jerusalén está pervertida, no por sus desviaciones sexuales, sino por las desviaciones cultuales.
Los versos 11-15 contienen una crítica de los sacrificios de comunión, que intentan fomentar la unión con la divinidad repartiendo la víctima entre Dios, el sacerdote y el oferente; de los holocaustos, que suponían el máximo desprendimiento, ya que toda la víctima se quemaba, después de derramar la sangre sobre el altar; de las ofrendas vegetales, que sólo se ofrecían en casos especiales y la mayoría de las veces eran el complemento de un sacrificio sangriento; del incienso, enormemente costoso; de los novilunios, sábados y asambleas; de las grandes fiestas anuales e incluso de las oraciones.
Dios no puede reprochar en este caso desinterés por el culto. No ocurre aquí como más tarde, en tiempos de Malaquías, cuando se ofrecen al Señor "víctimas robadas, cojas y enfermas" (Mal 1,13). Más bien impresiona la abundancia y calidad de los animales: carneros, cebones, novillos, corderos, machos cabríos. Es una inundación de carne, grasa y sangre, que desborda los altares y los quemaderos del templo, con humo que se mezcla al olor del incienso y reuniones multitudinarias de fieles que alzan sus manos y multiplican las plegarias. El cuadro dibujado por Isaías, fundiendo en una sola imagen elementos dispares, provoca una sensación de agobio, casi de náusea. Y no sólo para nuestra sensibilidad de hombres modernos. También a Dios le repugna.
Y a esta abundancia creciente de ofrendas corresponde un rechazo creciente por parte de Dios: "¿qué me importan?", "estoy harto", "no me agrada". Rechazo que continúa en aumento al decir que no pide dones cuando vienen a visitarlo; al considerar el incienso como algo execrable, al indicar que las fiestas y solemnidades las detesta y le resultan insoportables, al cerrar los ojos y oídos ante las oraciones.
Todo el sistema cultual queda en entredicho tras esta enumeración, la más exhaustiva que encontramos en un texto profético. Dejemos para más adelante la cuestión de si Isaías critica el culto por sistema o sólo por la forma en que se lleva a cabo. Lo cierto es que estos versos terminan con la acusación de que "vuestras manos están manchadas de sangre" (15b). Después de ello cabría esperar una condena a muerte de los culpables. Pero lo que sigue es una exhortación, con nueve imperativos que avanzan cada vez más en sus exigencias. Los dos primeros ("lavaos, purificaos") piden lo imprescindible, dadas las circunstancias. Pero no se trata sólo de cubrir las apariencias. Hay que cambiar radicalmente el comportamiento y la actitud ante la vida. Los cuatro imperativos siguientes se agrupan en binas, que pasan de la desaparición de lo negativo ("apartad de mi vista vuestras malas acciones", "cesad de obrar el mal") a la implantación de lo positivo ("aprended a obrar el bien", "preocupaos por el derecho"). Son frases que corren el peligro de perderse en vaguedades. Por eso los tres últimos imperativos concretan sus exigencias. El "bien" y el "derecho", abstractos a primera vista, se realizan en la preocupación por las personas más débiles: "enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda".
Aparecen aquí, por vez primera, las dos clases de personas que más preocuparán a Isaías: huérfanos y viudas (1,23; 10,2). No es este profeta el primero en interesarse por su trágico destino. Antes de él lo hicieron otros en el Antiguo Oriente y en Israel. La ley del Código de la Alianza: "No explotarás a viudas ni huérfanos" (Ex 22,21) es anterior a Isaías. Quizá también la maldición contenida en el llamado Dodecálogo siquemita: "Maldito quien defraude su derecho al emigrante, al huérfano y a la viuda" (Dt 27,19). Pero no podemos interpretar a Isaías a partir de estas prescripciones. El profeta no se limita a lo que no se debe hacer. El va más adelante, se expresa de forma positiva. Pretende que imitemos la conducta de Dios, que "hace justicia al huérfano y a la viuda" (Dt 10,18), es "padre de huérfanos, defensor de viudas" (Sal 68,6), "sustenta al huérfano y a la viuda" (Sal 146,9). El hombre, a través del culto, intenta agradar a la divinidad, reconoce el puesto capital de Dios en su vida. Isaías recuerda que no hay mejor forma de agradar a Dios que la de interesarse por las personas que él más ama.
Pero este texto de Isaías, aparentemente tan radical y exhaustivo, es quizá más moderado que otros de Amós, Oseas y Miqueas. Porque Isaías no parece condenar el culto en cuanto tal, sino el culto practicado por unas personas que "tienen las manos manchadas de sangre" (v.15), gente que quiere unir "festividad e iniquidad" (v.13). Esta interpretación parece corroborada por la insistencia con que habla el profeta de vuestros sacrificios, vuestras fiestas, vuestros novilunios, vuestras solemnidades, vuestras oraciones. Lo que irrita a Dios no es el culto en cuanto tal, sino las personas que lo llevan a cabo.
2. La traición de la Ciudad Fiel (1,21-27)
¡Cómo se ha vuelto una ramera la Villa Fiel!
Antes llena de derecho, morada de justicia,
y ahora de asesinos.
Tu plata se ha vuelto escoria, tu cerveza está aguada;
tus jefes son bandidos, socios de ladrones,
todos amigos de sobornos, en busca de regalos.
No defienden al huérfano,
no se encargan de la causa de la viuda.
Oráculo del Señor de los ejércitos, el héroe de Israel:
Tomaré satisfacción de mis adversarios,
venganza de mis enemigos.
Volveré mi mano contra ti:
te limpiaré de escoria con potasa,
separaré de ti la ganga.
Te daré jueces como los antiguos,
consejeros como los de antaño.
Entonces te llamarás Ciudad Justa, Villa Fiel (1,21-26).
El diagnóstico de Isaías se asemeja al que muchos contemporáneos emiten sobre nuestra sociedad. Vivimos en un mundo que ha traicionado y abandonado a Dios, infiel, falso. Pero los motivos son distintos. ¿En qué pensamos nosotros al decir que el mundo ha abandonado a Dios, ha perdido la fe, etc.? ¿En iglesias vacías? ¿En poco interés por la doctrina tradicional? ¿Inmoralidad? ¿Qué tipo de inmoralidad?
Para Isaías, Jerusalén ha traicionado a Dios porque ha traicionado a los pobres. Y esta traición la han llevado a cabo las autoridades ("tus jefes"), que se encuentran ante dos grupos sociales: los ricos, que se han enriquecido robando (estamos ante un caso manifiesto de demagogia profética) y los pobres, representados por los seres más débiles de la sociedad, huérfanos y viudas. Los primeros pueden ofrecer dinero antes de que se trate su problema, y recompensar con regalos los servicios prestados. Los segundos no pueden ofrecer nada; sólo pueden pedir que se les escuche. Ante esta diferencia, las autoridades se asocian con los ricos/ladrones.
Comparada con la visión que tiene Amós de Samaria, la de Isaías es más compleja e interesante. Habla de quienes acumulan tesoros robando; en esto coincide con Amós. Pero detecta una causa profunda: los ricos puede robar porque las autoridades se lo permiten. Y éstas lo permiten porque están dominadas por el afán de lucro. Con ello se convierten en "rebeldes"; traicionan su profesión, traicionan a los pobres y traicionan a Dios. Por eso, la solución deberá venir en una línea institucional, eliminando a esas autoridades y nombrando en Jerusalén "jueces como los antiguos, consejeros como los de antaño".
Como indicaba antes, este texto es un caso típico de demagogia profética. ¿Acaso eran ladrones todos los ricos de Jerusalén? ¿Estaban corrompidas todas las autoridades? También hoy existen personas que simplifican los problemas, se expresan de forma demagógica y pecan de injustas en sus afirmaciones. Por eso las rechazamos con tranquilidad de conciencia. Al mismo tiempo, afirmamos que Isaías es un gran profeta, incluso el mayor de todos. Consideramos sus palabras "palabra de Dios". Esto revela nuestra profunda hipocresía. Despreciamos a los profetas actuales y ponemos flores en las tumbas de los antiguos profetas. Sería más honrado no prestar atención a ninguno de ellos.
Antes llena de derecho, morada de justicia,
y ahora de asesinos.
Tu plata se ha vuelto escoria, tu cerveza está aguada;
tus jefes son bandidos, socios de ladrones,
todos amigos de sobornos, en busca de regalos.
No defienden al huérfano,
no se encargan de la causa de la viuda.
Oráculo del Señor de los ejércitos, el héroe de Israel:
Tomaré satisfacción de mis adversarios,
venganza de mis enemigos.
Volveré mi mano contra ti:
te limpiaré de escoria con potasa,
separaré de ti la ganga.
Te daré jueces como los antiguos,
consejeros como los de antaño.
Entonces te llamarás Ciudad Justa, Villa Fiel (1,21-26).
El diagnóstico de Isaías se asemeja al que muchos contemporáneos emiten sobre nuestra sociedad. Vivimos en un mundo que ha traicionado y abandonado a Dios, infiel, falso. Pero los motivos son distintos. ¿En qué pensamos nosotros al decir que el mundo ha abandonado a Dios, ha perdido la fe, etc.? ¿En iglesias vacías? ¿En poco interés por la doctrina tradicional? ¿Inmoralidad? ¿Qué tipo de inmoralidad?
Para Isaías, Jerusalén ha traicionado a Dios porque ha traicionado a los pobres. Y esta traición la han llevado a cabo las autoridades ("tus jefes"), que se encuentran ante dos grupos sociales: los ricos, que se han enriquecido robando (estamos ante un caso manifiesto de demagogia profética) y los pobres, representados por los seres más débiles de la sociedad, huérfanos y viudas. Los primeros pueden ofrecer dinero antes de que se trate su problema, y recompensar con regalos los servicios prestados. Los segundos no pueden ofrecer nada; sólo pueden pedir que se les escuche. Ante esta diferencia, las autoridades se asocian con los ricos/ladrones.
Comparada con la visión que tiene Amós de Samaria, la de Isaías es más compleja e interesante. Habla de quienes acumulan tesoros robando; en esto coincide con Amós. Pero detecta una causa profunda: los ricos puede robar porque las autoridades se lo permiten. Y éstas lo permiten porque están dominadas por el afán de lucro. Con ello se convierten en "rebeldes"; traicionan su profesión, traicionan a los pobres y traicionan a Dios. Por eso, la solución deberá venir en una línea institucional, eliminando a esas autoridades y nombrando en Jerusalén "jueces como los antiguos, consejeros como los de antaño".
Como indicaba antes, este texto es un caso típico de demagogia profética. ¿Acaso eran ladrones todos los ricos de Jerusalén? ¿Estaban corrompidas todas las autoridades? También hoy existen personas que simplifican los problemas, se expresan de forma demagógica y pecan de injustas en sus afirmaciones. Por eso las rechazamos con tranquilidad de conciencia. Al mismo tiempo, afirmamos que Isaías es un gran profeta, incluso el mayor de todos. Consideramos sus palabras "palabra de Dios". Esto revela nuestra profunda hipocresía. Despreciamos a los profetas actuales y ponemos flores en las tumbas de los antiguos profetas. Sería más honrado no prestar atención a ninguno de ellos.
3. Contra el orgullo humano (2,6-22)
4. Contra la vanidad de las mujeres de Jerusalén (3,16-26)
5. Canción de la viña (5,1-7)
6. Sección de los "ayes" (5,8-24)
7. Amenaza de la invasión asiria (5,26-30)
NOTAS
[1]. Más optimistas se muestran J. H. Hayes / S. A. Irvine, Isaiah the eight-century Prophet: his time and his preaching (Nashville 1987), que atribuyen casi todo lo contenido en los capítulos 1-32 al profeta Isaías y creen que el material se encuentra en orden cronológico, aunque habría que trasladar los cc.28-33 después del 18.
[2]. J. Milgrom, "Did Isaiah prophesy during the reign of Uzziah?": VT 14 (1964) 164-82 sitúa en el reinado de Ozías el gran bloque inicial 1,10-6,13, suponiendo un orden cronológico de los capítulos. Isaías pasa de profeta de esperanza, que anima a la conversión, a profeta de condenación. Naturalmente, el c.6 no es en este caso visión inagural sino que cierra una época. Milgrom aduce argumentos históricos (paz, prosperidad, preparación militar, programa agrícola, terremoto), ideológicos y literarios (el templo, el rey, el enemigo, el arrepentimiento). Ninguno de ellos resulta decisivo.
[3]. Sigo básicamente unos apuntes multicopiados de E. Vogt, completándolos en muchos casos. La reconstrucción que ofrezco puede compararse con las de A. Feuillet, en Études d'exégèse, 35-67; P. Auvray, Isaïe 1-39, 23-29; E. Testa, Il Messaggio della salvezza IV (Turín 1977) 377-406; G. Fohrer, Die Propheten des Alten Testaments 1 (Gütersloh 1974) 96-164; O. García de la Fuente, "La cronología de los reyes de Judá y la interpretación de algunos oráculos de Is 1-39": EstBíb 31 (1972) 275-91.
[4]. G. Pettinato, "Is 2,7 e il culto del sole in Giuda nel sec. VIII av. Cr.": OrAnt 4 (1965) 1-30 niega que la época de Yotán fuese de prosperidad económica. Sus argumentos resultan poco convincentes. Véase J. L. Sicre, "Con los pobres de la tierra", 192s, especialmente nota 8.
[5].Sobre la traducción y para un comentario más amplio, cf. J. L. Sicre, "Con los pobres de la tierra", 195-203.
[6].Parece que se ha perdido algo así como "cargados de dones" (Wildberger).
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