Conocer la época de Isaías supone un esfuerzo notable, ya que su actividad profética abarca cuarenta años como mínimo (740-701), en los que se mezclan tiempos de tranquilidad y tiempos turbulentos, momentos de independencia política y de sometimiento a Asiria, con un horizonte internacional muy nublado y con problemas políticos, sociales y religiosos de envergadura. El amante de la historia antigua corre el peligro de extenderse en consideraciones marginales, interesantes en sí mismas, pero de escaso relieve para la actividad y el mensaje del profeta. Por otra parte, el período es tan complicado que resulta imposible ofrecer una visión clara y breve al mismo tiempo. Será preciso repetir datos, aun con miedo de resultar pesado.
1. La expansión del Imperio asirio
El hecho político fundamental de la segunda mitad del siglo VIII es la rápida y creciente expansión de Asiria . Esta potencia, famosa ya en el segundo milenio antes de Cristo, llevaba años sin ejercer gran influjo en el antiguo Oriente.
Pero el 745 sube al trono Tiglatpileser III, gran organizador y hábil militar. Deseoso de extender su territorio, revoluciona la técnica de la guerra: en los carros de combate sustituye las ruedas de seis radios por otras de ocho, más resistentes; emplea caballos de repuesto, que permiten mayor rapidez y facilidad de movimientos; provee a los jinetes de coraza y a la infantería de botas (esas botas "que pisan con estrépito", dirá un autor judío). A partir del 745 no hay un general de la categoría de Tiglatpileser ni un ejército tan bien provisto y con tanta moral de victoria como el asirio.
Resulta imposible exponer brevemente todas las campañas de Tiglatpileser. Tampoco nos ayudaría demasiado para conocer a Isaías. Basta saber que en sus años de reinado (745-727) consiguió extender su dominio a Urartu, Babilonia y la zona de Siria-Palestina. Precisamente las campañas en esta última región le harán intervenir (a petición de Judá) en la guerra siro-efraimita, de la que hablaremos más adelante. Desde ese momento (año 734) Judá queda sometida a Asiria en el primer grado de vasallaje.
A Tiglatpileser le sucedió Salmanassar V (727-722), del que no poseemos muchos datos. El comienzo de su reinado pareció a muchos países el momento oportuno para rebelarse. Judá se mantuvo al margen de revueltas, pero Israel intentó conseguir su independencia. Lo único que logró fue precipitar su ruina. Samaria cae tras dos años de asedio (722). Según la táctica asiria, a la derrota debe seguir la deportación; pero Salmanassar muere asesinado, e Israel prolonga su agonía hasta el 720, fecha en que Sargón II deporta a 27.290 samaritanos .
La época de Sargón II (721-705) tiene más importancia para la actividad profética de Isaías por dos motivos: primero, porque sus campañas contra Arabia, Edom, Moab hacia el 715 habrían motivado, según ciertos autores , la reacción del profeta, contenida en algunos oráculos de los capítulos 13-23; segundo, porque durante el reinado de Sargón los filisteos, ayudados por Egipto, intentaron rebelarse; también entonces intervino Isaías. Pero, en líneas generales, este reinado supone bastante tranquilidad para Judá, que sigue pagando tributo y no se mezcla en grandes conflictos.
Todo lo contrario ocurrirá en tiempos de Senaquerib (704-681), último de los reyes asirios que nos interesan para la época de Isaías. Igual que ocurrió en 727, el cambio de monarca pareció el momento adecuado para rebelarse contra Asiria. Esta vez, Judá no se mantendrá al margen. Junto con un grupo de pequeños estados, especialmente Ascalón y Ecrón, y contando con el apoyo de Egipto, irá a la guerra y a la catástrofe.
En resumen, desde el punto de vista de la historia asiria, son cuatro los emperadores que interesan: Tiglatpileser III, Salmanassar V, Sargón II y Senaquerib. De ellos, sólo el primero y el último intervendrán directamente en la política de Judá.
La política exterior asiria.
Tiglatpileser y sus sucesores adoptaron con los demás países, cercanos o lejanos, unas normas de conducta que conviene conocer:
a) el primer paso consiste en una demostración de fuerza, que lleva a esos estados a una situación de vasallaje, con pago anual de tributo;
b) si más tarde tiene lugar, o se sospecha, una conspiración contra Asiria, las tropas del imperio intervienen rápidamente, destituyen al monarca reinante y colocan en su puesto a un príncipe adicto; al mismo tiempo se aumentan los impuestos, se controla más estrictamente la política exterior y se disminuye el territorio, pasando gran parte de él a convertirse en provincia asiria;
c) al menor signo de nueva conspiración intervienen de nuevo las tropas; el país pierde su independencia política, pasando a convertirse en provincia asiria, y tiene lugar la deportación de gran número de habitantes , que son sustituidos por extranjeros; ésta última medida pretende destruir la cohesión nacional e impedir nuevas revueltas; el Reino de Israel será víctima de tal procedimiento el año
720.
2. Judá en la segunda mitad del siglo VIII
Isaías nace durante el reinado de Ozías/Azarías (767-739), que marca una época de relativo esplendor después de los tristes años precedentes. 2 Cr 26 nos habla de sus victorias contra los filisteos, los árabes y los meunitas; de los tributos que le pagaron los amonitas; de las fortificaciones levantadas en Jerusalén y de las mejoras agrícolas que llevó a cabo; de su reforma y mejora del ejército. Esto no impidió que el rey, bastante enfermo (2 Re 15,5), necesitase ser ayudado por su hijo Yotán como corregente. Durante los últimos años de Ozías es cuando sube al trono Tiglatpileser III; pero Judá no se verá afectada todavía por la política expansionista de este emperador. Aunque algunos historiadores afirman que Ozías debió pagar tributo a Asiria, los datos en los que se basan no son seguros.
La situación de Judá no cambió mucho durante el reinado de Yotán (739-734), al menos en los primeros años. 2 Cr 27 dice que venció a los amonitas, continuó fortificando el país y se hizo poderoso. Pero estos datos, que no es preciso poner en duda, debemos completarlos con la escueta noticia de 2 Re 15,37: "Por entonces empezó el Señor a mandar contra Judá a Rasín, rey de Damasco, y a Pecaj, hijo de Romelías". Es el comienzo de las hostilidades que llevarán a la guerra siro-efraimita.
En tiempos de Acaz (734-727) es cuando esta guerra se desencadena abiertamente. Su importancia para la actividad profética de Isaías obliga a detenernos en ella. Ante todo, debemos reconocer que "guerra siro-efraimita" es un título desafortunado, porque sugiere una lucha entre sirios y efraimitas (=israelitas); hablando de capitales, entre Damasco y Samaria. La realidad es todo lo contrario; se trata de una coalición siro-efraimita contra Judá. Los motivos de esta contienda resultan oscuros. Desde que Begrich publicó su famoso artículo sobre el tema , la interpretación habitual es la siguiente: Damasco y Samaria, molestas por tener que pagar tributo a Asiria, deciden rebelarse; pero sus ejércitos resultan demasiado pequeños para oponerse al asirio. Piensan entonces aliarse con Judá. Pero Acaz no ve esta alianza con buenos ojos, considera la rebelión una aventura loca. Por ello, Rasín de Damasco y Pecaj de Samaria deciden declararle la guerra, deponerlo y nombrar rey "al hijo de Tabeel", partidario de la coalición antiasiria.
Esta interpretación, aceptada por la inmensa mayoría de historiadores y comentaristas de Isaías, ha sido puesta en duda por Oded cincuenta años más tarde . Para él, la causa de la guerra no radica en el deseo de formar una coalición antiasiria, sino en disputas territoriales en Transjordania; sus argumentos son bastante serios y no deberían ser pasados por alto.
En cualquier hipótesis, Damasco y Samaria declaran la guerra a Judá. Acaz, atemorizado, pide ayuda a Tiglatpileser. 2 Re 16,7-9 habla de esta embajada, de los costosos presentes que llevó y de la intervención del rey asirio contra Damasco. Naturalmente, esta ayuda trajo graves repercusiones para Judá. A partir de entonces quedó sometida a Asiria y debió pagarle tributo. La época de esplendor y de autonomía plena ha pasado. Además, los edomitas luchan contra los judíos y les arrebatan parte del territorio, concretamente la zona de Eilat (2 Re 16,6).
Judá acepta resignadamente estos reveses. El 727, cuando muerte Tiglatpileser, no pretende rebelarse aprovechando el cambio de monarca. Entre otras cosas, porque este mismo año, según parece muy probable, muere también Acaz y le sucede en el trono su hijo Ezequías, de pocos años de edad.
Durante el reinado de Ezequías (727-698) podemos distinguir dos períodos: el de la minoría (727-715) y el de la mayoría de edad (714-698). Durante el primero, Judá debió de estar gobernada por un regente cuyo nombre ignoramos, partidario de aceptar los hechos consumados y de no mezclarse en revueltas. Nos encontramos en un período de tranquilidad dentro de Judá, mientras los países vecinos (Israel entre ellos) fomentan rebeliones continuas, que los llevan al fracaso. Pero, cuando Ezequías alcance la mayoría de edad, la situación tomará un rumbo nuevo. Parece que este rey, elogiado en la Biblia como uno de los mejores y más fieles al Señor, pretendió llevar a cabo una reforma religiosa, eliminando los cultos paganos ; pronto se inclinará también a conquistar la independencia política . Babilonia y Egipto están interesadas en ello. Pero la ocasión inmediata se la ofrecerá la rebelión de Asdod y los filisteos en 713-711. De todas formas, la intervención de Isaías (20,1-6), o la rápida actuación de Sargón II, hizo que Judá no se uniese a los rebeldes. Todo queda en una crisis pasajera, a la que sigue un nuevo período de calma.
Pero en el 705, al morir Sargón II, estalla de nuevo la tormenta. Casi todos los reinos vasallos de aquella zona, confiando en Egipto, ven llegado el momento de independizarse. Judá se convierte en uno de los principales cabecillas de la revuelta. Pero Senaquerib, sucesor de Sargón, actúa con más rapidez que todos los aliados. En el año 701 invade Judá, conquista 46 fortalezas y asedia Jerusalén. La caída de la capital parece inevitable. Sin embargo, Senaquerib recibe malas noticias de Asiria, donde ha estallado una revuelta. Preocupado por ello, renuncia a conquistar Jerusalén y se contenta con imponerle un tributo fortísimo: "nueve mil kilos de plata y novecientos kilos de oro".
De esta forma, el reinado de Ezequías, que comenzó con excelentes perspectivas, termina en una de las mayores catástrofes de la historia de Judá. Los autores bíblicos han intentado disimular este fracaso para salvar el prestigio de este piadoso rey. La realidad debió de ser mucho más dura de lo que dejan entrever. Ezequías no sobrevivirá mucho tiempo a la derrota, muriendo el 698. Y su hijo Manasés iniciará un período de terror político y corrupción religiosa que se prolongará durante cincuenta y cinco años. Su reinado cae ya fuera de la actividad profética de Isaías y Miqueas .
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