1. LOS COMIENZOS

1. ¿Hubo profetas desde los comienzos de Israel?

Si leyésemos la Biblia sin el menor sentido crítico, deberíamos afirmar que Israel tiene profetas desde sus orígenes, ya que su padre en la sangre y en la fe, Abrahán, es honrado en Gn 20,7 con el título de profeta. Más tarde, Moisés aparecerá como el gran mediador entre Dios y el pueblo, el que transmite la Palabra del Señor y se convierte en modelo de todo auténtico profeta. Su misma hermana, Miriam, es también profetisa (Ex 15,20). Y, durante la marcha por el desierto, setenta ancianos son invadidos por el Espíritu de Dios y entran en trance profético (Nm 11,16-17.24-29).

En una época como la nuestra, en la que todo lo referente a la situación de Israel antes de la monarquía está sometido a profunda revisión, es natural que las afirmaciones anteriores se interpreten también con espíritu crítico. Más que reflejar la realidad histórica sobre los primeros profetas, estos textos proyectan la mentalidad posterior sobre ciertos aspectos del profetismo .

Abrahám, al interceder, aparece como modelo de lo que debe ser un verdadero profeta. Miriam, entonando un canto de victoria tras el paso del Mar de las Cañas, nos recuerda la relación esencial de los profetas con los acontecimientos históricos y, de forma especial, con la política. Los setenta ancianos reflejan la importancia que ciertos grupos posteriores conceden a la posesión del espíritu .

Moisés es caso aparte, aunque resulta casi imposible distinguir entre el personaje histórico y la proyección de las generaciones posteriores . Probablemente, el texto más antiguo que presenta a Moisés como profeta es el de Os 12,14: «Por medio de un profeta, el Señor sacó a Israel de Egipto y por medio de un profeta lo guardó». Oseas, tan amante de las referencias históricas, no parece estar inventando nada nuevo. En su época, debía de ser opinión bastante extendida entre las tribus del norte que Moisés era un profeta (nabî'). Y lo curioso del texto es que pone como función específica suya la liberación de Egipto y la conducción por el desierto. El profeta es el hombre de la acción, más exactamente, de la liberación .

Tradiciones posteriores (o quizá contemporáneas a Oseas), subrayarán que Moisés ocupa un rango especial entre los profetas. En Nm 12,1-16 tenemos una interesante tradición (que recoge diversos temas), centrada en la queja de María y Aarón: «¿Ha hablado el Señor sólo a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros?» Sin entrar en más detalles de este complejo pasaje, recordemos la respuesta de Dios: «Cuando hay entre vosotros un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; en presencia, y no adivinando, contempla la figura del Señor» (v.6-8). En este caso, lo específico de Moisés como profeta es el don que Dios le ha concedido de hablarle cara a cara .

Este aspecto de la comunicación directa con Dios y de la transmisión de su palabra es quizá el más importante para la historia de la profecía. El pasaje programático sobre los profetas en Dt 18,9-20 presenta a Moisés como el mediador entre el pueblo y el Señor, cuando Israel siente miedo a escuchar directamente a Dios (cf. Ex 20,19).

Ambos aspectos, el de la acción y el del contacto con Dios, se subrayan en el juicio con que se cierra la vida de este gran hombre: «Los israelitas le obedecieron e hicieron lo que el Señor le había mandado. Pero ya no surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara; ni semejante a él en los signos y prodigios que el Señor le envió a hacer en Egipto contra el Faraón, su corte y su país; ni en la mano poderosa, en los terribles portentos que obró Moisés en presencia de todo Israel» (Dt 34,9-12).

Pero debemos insistir en que estos pasajes no significan un informe sobre hechos históricos, sino una interpretación de generaciones posteriores.

Podemos imaginar las bases en que se asentaría el profetismo posterior. Lods, por ejemplo, establece un paralelismo con los árabes y afirma que «junto a los sacerdotes, los hebreos debían de tener, desde los tiempos premosáicos, otros `hombres de Dios'. (...) En Israel, en la época histórica, estos privilegiados provistos personalmente de poderes o de conocimientos sobrenaturales formaban tres clases, claramente distintas en teoría: los inspirados, los intérpretes de signos y los magos» . Con esto, se opone a quienes piensan que las primeras manifestaciones de profetismo surgieron en Israel al entrar en contacto con los cananeos. La investigación actual, que establece una relación entre el profetismo hebreo y el de Mari, le daría la razón. Pero, a falta de tradiciones fidedignas, es preferible limitarse a sugerir esta probabilidad.

2. La época de los Jueces

Los textos de esta época nos ponen en contacto con una profetisa (Débora), un profeta anónimo (Jue 6,7-10), Samuel, y unos grupos proféticos.


Débora

La tradición le atribuye –equivocadamente– uno de los poemas más antiguos y bellos de la Biblia, el canto de victoria de Jue 5. Más tarde, como marco narrativo para explicar las circunstancias históricas, se redactó el capítulo 4. En éste aparece Débora gobernando a Israel: su oficio principal es fallar pleitos y zanjar disputas. Pero también se la presenta como profetisa (nebî'â). En general, los comentaristas no ven claro por qué se le da este título, y muchos lo consideran añadido por los autores deuteronomistas. Según Jue 4,6-7 comunica a Barac un oráculo, aunque no sabemos si tuvo otras comunicaciones divinas. En cualquier caso, encontramos una relación muy interesante entre profetismo y política, la profetisa como mediadora entre Dios y el pueblo, la relación –aunque sea ficción posterior– de los profetas con la música.


Samuel
. Aparece en la tradición bíblica con rasgos muy diversos: héroe en la guerra contra los filisteos, juez que recorre Israel, vidente en relación con las asnas de Saúl. Ejerce también funciones sacerdotales, ofreciendo sacrificios de comunión y holocaustos. Pero lo que más subraya la tradición bíblica es su carácter profético: es el hombre que trasmite la palabra de Dios . Este dato podemos observarlo ya en el capítulo sobre la vocación (1 Sm 3): advertimos un contacto nuevo y especial con Dios a través de su palabra, y se le encarga una tarea típicamente profética: anunciar el castigo de la familia sacerdotal de Elí. Por si no fuera suficientemente claro, el resumen final afirma: «Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba acreditado como profeta del Señor» (1 Sm 3,20).

Otro rasgo profético de Samuel es su intervención en la política, ungiendo rey a Saúl. La tradición lo hace ungir también a David cuando niño (1 Sm 16), pero esto quizá carezca de fundamento histórico. En cualquier caso, la unción de Saúl recuerda lo que hará Natán con Salomón (1 Re 1,11ss), el encargo que recibe Elías con respecto a Jehú (1 Re 19,16), que ejecutará Eliseo a través de un discípulo (2 Re 9) y otras tradiciones semejantes.

Por último, y más profético que lo anterior, es su denuncia del rey. En dos ocasiones se enfrenta Samuel a Saúl. La primera, con motivo de la batalla de Micmás (1 Sm 13,7-15); la segunda, después de la guerra contra los amalecitas (1 Sm 15,10-23). Aunque ambos hechos plantean serios problemas históricos, parece claro que los autores bíblicos interpretaron a Samuel como el primer gran profeta.

Los grupos de profetas (hebel nebi'îm).

Aparecen mencionados en 1 Sm 10,5-13 y 19,18-24, presentando la siguiente imagen: viven en comunidad, presididos a veces por Samuel; en una ocasión al menos caminan precedidos de salterios, tambores, flautas y cítaras; bajan de un altozano sagrado (bamâ), lo cual hace suponer su interés por el culto. Si les aplicamos lo que se dice de Saúl en 1 Sm 19,24, a veces se despojan de sus vestidos y yacen por tierra en trance. Como vemos, el cuadro es muy vago a causa de la falta de datos.

Algunos autores completan la imagen con otros detalles que sabemos de Samuel (p.e., sus intervenciones en tiempos de guerra) y los presentan como fervientes patriotas que acompañan a los soldados al combate. Es muy probable, aunque no se pueda demostrar. También se les ha atribuido el hacerse incisiones durante el éxtasis, pero esta práctica sólo la menciona la Biblia en relación con los profetas de Baal (1 Re 18,26ss). Algunos piensan que se trataba de escuelas proféticas fundadas por Samuel, donde los jóvenes se preparaban para una posible elección divina o se convertían en doctores religiosos de Israel.

Es preferible reconocer que sabemos muy poco de ellos. Podríamos admitir que se insertan en el movimiento extáticodivinatorio que aparece en SiriaPalestina durante el siglo XI. La comparación que hace Hölscher con los derviches árabes es interesante y esclarecedora, pero no se adecua por completo a la realidad de estos grupos.

¿Qué relación tienen con el profetismo clásico de Israel? Menos de la que pudiéramos pensar. Según González Núñez, no son profetas, sino «testigos» de la presencia del Señor y auxiliares de los profetas. En realidad, no hablan en nombre de Dios, no anuncian el futuro, no son videntes, no hacen de intermediarios entre Dios y el pueblo. Simplemente mantienen un quehacer religioso y llevan a cabo un género de vida que lo facilita. Precisamente este fervor religioso supuso una gran ayuda para Samuel en un momento de grandes dificultades, cuando el arca estaba en manos filisteas, el sacerdocio de Silo había desaparecido y la religión cananea amenazaba al yahvismo. Samuel pudo ver en ellos una fuerza que le ayudase a superar la crisis religiosa y política de Israel. Por eso los encontramos en el momento de la unción de Saul, al comenzar la monarquía (1 Sm 10,5-13), y protegiendo a David frente al rey (1 Sm 19,18-24).


3. Desde los orígenes de la monarquía hasta Amós


Dada la imposibilidad de tratar con detalle cada uno de los profetas posteriores, indicaré las principales líneas de evolución del profetismo hasta el siglo VIII a.C., cuando la profecía toma un rumbo nuevo. En estos siglos que van desde la instauración de la monarquía hasta la aparición de Amós podemos detectar tres etapas, muy relacionadas con la actitud que el profeta adopta ante el rey.

1. La primera podemos definirla de cercanía física y distanciamiento crítico respecto al monarca. Los representantes más famosos de esta primera época son Gad y Natán. Gad
interviene en tres ocasiones: aconsejando a David que vuelva a Judá (1 Sm 22,5), acusándolo de haber realizado el censo (2 Sm 24,11ss) y ordenándole edificar un altar en la era de Ornán (2 Sm 24,18ss). Por tanto, desempeña una función de consejero militar, una función judicial y una función cultual. Es importante advertir que nunca se dirige al pueblo; siempre está en relación directa con David.

Natán tiene más importancia . Es el profeta principal de la corte en tres momentos decisivos de la vida de David: cuando pretende construir el templo (2 Sm 7), cuando comete adulterio con Betsabé y manda asesinar a Urías (2 Sm 12), cuando Salomón hereda el trono (1 Re 1,11-48).

Considerarlos profeta de la corte no es acusarlos de servilismo, ya que nunca se vendieron al rey. Por eso podemos definir su postura de cercanía física y distanciamiento crítico.

2. La segunda etapa se caracteriza por la lejanía física que se va estableciendo entre el profeta y el rey, aunque aquél sólo interviene en asuntos relacionados con éste. Un ejemplo significativo es el de Ajías de Siló , del que se conservan dos relatos (1 Re 11,29-39 y 14,1-8). En ambos casos se dirige –directa o indirectamente– a Jeroboán I de Israel. La primera vez para prometerle el trono; la segunda, para condenarlo por su conducta. Esto demuestra que el compromiso del profeta no es con el rey, sino con la palabra de Dios. Pero también resulta interesante comprobar que Ajías no vive en la corte ni cerca del rey, como Gad y Natán en la etapa anterior. La primera vez sale al encuentro del monarca en el camino, la segunda debe ir la esposa de Jeroboán a buscarlo.

Dentro de este apartado podemos clasificar también a Miqueas ben Yimlá , que sólo aparece en 1 Re 22, cuando Ajab de Israel se une a Josafat de Judá para luchar contra los sirios. Discuten los comentaristas si se trata de un personaje real o ideal . En cualquier caso, el texto es muy interesante por la confrontación entre verdaderos y falsos profetas. Estos aparecen merodeando junto al rey, anunciando el éxito, deseando quedar bien. Miqueas no está presente, tienen que ir a buscarlo. Y no se compromete a nada, sólo a «decir lo que el Señor me mande» (v.14).

3. La tercera etapa concilia la lejanía progresiva de la corte con el acercamiento cada vez mayor al pueblo. El ejemplo más patente es el de Elías. En los casos de Ajías y Miqueas ben Yimlá, cuando el rey busca al profeta, lo encuentra. Con Elías no ocurre así. Como dice Abdías: «No hay país ni reino adonde mi señor no haya enviado gente a buscarte... Cuando yo me separe de ti, el espíritu del Señor te llevará no sé dónde, yo informaré a Ajab, pero luego no te encuentra, y me mata» (1 Re 18,10ss). Efectivamente, Elías nunca pisa el palacio de Ajab. Una vez le sale al encuentro «en la viña de Nabot» (1 Re 21). Y en la otra ocasión que se acerca a él –por mandato expreso del Señor– exige la presencia de todo el pueblo (1 Re 18,19).

Sus relaciones con Ocozías no fueron muy distintas: nadie puede obligarlo, ni siquiera por la fuerza, a presentarse ante el rey; él lo hará voluntariamente para anunciarle su muerte (2 Re 1). Por otra parte, Elías se acerca a la gente, como lo demuestra el episodio de la viuda de Sarepta (1 Re 17,9-24) y el juicio en el monte Carmelo (1 Re 18). Estos tímidos pasos serán continuados por Eliseo, el profeta más «popular» del Antiguo Testamento.

A partir de ahora, los profetas se dirigirán predominantemente al pueblo. No dejan de hablar al rey, ya que éste ocupa un puesto capital en la sociedad y la religión de Israel, y de su conducta dependen numerosas cuestiones. Pero se ha establecido un punto de contacto entre el movimiento profético y el pueblo, y ambos irán estrechando sus lazos cada vez más.


4. Elías y Eliseo

Los profetas de la tercera etapa que acabamos de considerar merecen algo más de atención.

Elías

Desarrolla su actividad durante los reinados de Ajab y Ocozías, es decir, hacia 874-852, en el Reino Norte. Es el tipo de profeta itinerante, sin vinculación a un santuario, que aparece y desaparece de forma imprevisible. En cierto modo, Elías es un nuevo Moisés. Y su vida repite en parte el itinerario de aquel gran hombre: huída al desierto, refugio en país extranjero, signos y prodigios, viaje al Horeb (Sinaí), que culmina en la manifestación de Dios. Igual que Moisés, Elías desaparece en Transjordania. Sin duda, hay una intención premeditada por parte de los narradores al presentarlo de esta forma. Si Moisés fue el fundador de la religión yahvista, Elías será su mayor defensor en momentos de peligro.

De hecho, la política de Omrí y de Ajab, especialmente la alianza con Tiro, provocó una difusión anormal de la religión cananea. De este modo, los israelitas se acostumbraron a dar culto a Yahvé y a Baal. Esta actitud sincretista había comenzado muchos siglos antes, si nos atenemos a lo que dice la historia de Gedeón (Jue 6,25ss). Pero es ahora cuando se convierte en un serio peligro. La misión principal de Elías consistirá en defender el yahvismo en toda su pureza, con la confesión de que sólo Yahvé es el Dios de Israel. Y esta confesión tiene repercusiones no sólo en el ámbito del culto, sino también en el social, como demuestra el episodio de la viña de Nabot.

El ciclo de Elías se encuentra en 1 Re 17-19; 21; 2 Re 1 (2 Re 2 parece más justo atribuirlo al ciclo de Eliseo). «La narración es muy artística, una pieza maestra del mejor período de la prosa norisraelita, escrita en un hebreo purísimo» . Según Fohrer, el ciclo fue compuesto a partir de seis relatos originariamente independientes (anuncio de la lluvia, huída al Horeb, juicio del Carmelo, vocación de Eliseo, viña de Nabot, Elías y Ocozías), que el redactor final unió con otras narraciones milagrosas .

El lector moderno se pregunta espontáneamente por la historicidad de estos relatos, pero cualquier posible respuesta debe basarse en análisis tan minuciosos -e inevitablemente hipotéticos- que no podemos detenernos en esto. Dos cosas parecen fuera de duda: Elías fue una personalidad extraordinaria, de gran influjo en el pueblo (al menos en los círculos proféticos posteriores), y salvó al yahvismo en un momento crítico, llevando a la vida el contenido programático de su nombre: «mi Dios es Yahvé».

Eliseo

Discípulo y continuador de Elías, se presenta con dos rasgos dominantes: «Uno es el santo milagrero, especializado en milagros de agua; el otro es el del profeta que dirige los movimientos políticos, cambiando dinastías. Por número de milagros le gana a Elías y a cualquier otro personaje del Antiguo Testamento; lo cual no engrandece su figura, antes parece distraernos. Tal acumulación minuciosa puede deberse a los círculos proféticos donde actuó. Al margen de la política internacional transcurre un anecdotario pintoresco, que exalta los poderes de Eliseo sin delinear su figura» .

Su ciclo se encuentra en 2 Re 2; 3,4-27; 4,1-8,15; 9,1-10; 13,14-21. Actualmente, los diversos episodios están separados a veces por noticias sobre los reyes de Israel y Judá. Comienza con un relato que habla de Elías y Eliseo (2 Re 2), pero el tema principal es el paso del espíritu de Elías a su discípulo. Las narraciones siguientes forman dos grupos, de acuerdo con los aspectos dominantes a los que acabamos de referirnos :

1) Historias milagrosas y populares, comparadas a menudo con las «florecillas» de san Francisco: el agua de Jericó, los niños de Betel, la viuda, la sunamita, la olla, la multiplicación de los panes, curación de Naamán, el hacha perdida en el Jordán, resurrección de un muerto al entrar en contacto con el cadáver de Eliseo.

2) Relatos de carácter diverso, pero relacionados con la política: guerra de Jorán contra Mesa de Moab (2 Re 3,4-27), guerra con Siria, poniendo de relieve lo milagroso (6,8-23), Eliseo y Jazael de Damasco (8,7-15), asedio de Samaria y hambre en la ciudad (6,24-7,2), unción de Jehú como rey de Israel (9,1-10), anuncio de la victoria contra Siria (13,14-20). Dentro de estos relatos es curioso que unos lo ponen en buenas relaciones con el rey Jorán (6,8-23), otros en malas (3,4-27), otros se quedan a medias (6,24-7,2). Sí parece cierto que Eliseo intervino en la rebelión de Jehú contra la dinastía de Omrí.

Muy relacionados con Eliseo están los «hijos de los profetas»
(benê nebi'îm). Esta curiosa expresión, que no debe entenderse en sentido físico, aparece diez veces en el Antiguo Testamento, y en nueve de ellas aparecen en torno a Eliseo. Tenemos sobre ellos más datos que sobre los «grupos proféticos» de tiempos de Samuel, pero no muchos. Se encuentran en localidades al sur de Israel (Reino Norte), quizá en relación con santuarios locales (Betel, Jericó, Guilgal). Algunos estaban casados (2 Re 4,1), pero llevaban cierta vida comunitaria (2 Re 2; 4,38-41); al menos, se reunían de vez en cuando para escuchar al maestro (2 Re 4,38; 6,1). Parece que se trata de personas de bajo nivel social: viven de la caridad pública (4,8), algunos tenían grandes deudas (4,1ss), Eliseo los invita a comer de lo que le regalan (4,38-41).

A pesar de la escasez de datos, estos grupos se han prestado a numerosas hipótesis y discusiones . Sobre todo, se los ha querido ver como continuadores de los grupos proféticos que aparecen en torno a Samuel y de los que existieron en siglos posteriores . Considero más aceptable la postura de Porter, que él mismo resume de la siguiente forma: «La expresión benê hannebi'îm no se refiere a asociaciones proféticas en general, sino a una organización profética concreta, confinada a un período histórico y a un área geográfica muy precisos. Surgió en oposición a ciertas innovaciones teológicas de la dinastía Omrida, alcanzó su zenit bajo el liderazgo de Eliseo; y cuando, bajo su impulso, hubo destronado a la dinastía y eliminado el culto al dios extranjero Baal, terminó su obra y desapareció de la historia. El Antiguo Testamento no ofrece datos para encontrarlos antes o después del período en que tenemos testimonio directo de su existencia» . Sin embargo, creo que Porter es demasiado unilateral al valorar exclusivamente los aspectos religiosos que dieron vida a estas comunidades. Dado su pobre nivel de vida, y las dificultades sociopolíticas de los años que precedieron a la rebelión de Jehú, es muy probable que entrasen también en juego factores económicos y políticos, como suponen Von Rad y otros.


2 comentarios:

Rosalía Real dijo...

Buen día Don José Luis, en mi clase de Biblia, nos marca el profesor, 5 etapas del profetismo en Israel, adivinación, videntes, Bene Nebiim,Profetas escritores, Literatura Apocalíptica. Me podría decir si este análisis es una corriente de exégesis o sólo un análisis diferente? Gracias.

manel dijo...

Genial, gracias por éste magnífico resumen!