Como hemos indicado, Jeremías comenzó su actividad profética en el territorio del antiguo reino de Israel, invitando a las tribus del norte a reconocer su pecado y convertirse. Esos oráculos los utilizó más tarde el profeta para dirigirlos al reino sur, Judá, y a su capital, Jerusalén. Bastaba realizar ligeros retoques. Por ejemplo, el c.2 contiene un poema dirigido a la Casa de Jacob y a todas las tribus de Israel (Reino Norte). Pero era muy fácil adaptarlo al Reino Sur, añadiendo al comienzo:
"El Señor me dirigió la palabra:
‑Ve, grita, que lo oiga Jerusalén.
Esta referencia a la capital del sur basta para que los judíos se apliquen todo lo que sigue. Entresaco algunos de los textos más importantes de los capítulos 2-3.
1. Una historia de pecado (2,2-19)
En el comienzo de los capítulos 2-3 descubre Vogt un poema en ocho estrofas. Su división y subtítulos pueden resultar subjetivos, pero ayudan a comprender mejor el mensaje del profeta.
1ª estrofa: El amor inicial
Así dice el Señor:
Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia,
cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma.
Israel era sagrada para el Señor, primicia de su cosecha:
quien osaba comer de ella lo pagaba,
la desgracia caía sobre él -oráculo del Señor-
2ª estrofa: El olvido de Dios
Escuchad la palabra del Señor,
casa de Jacob, tribus todas de Israel:
Así dice el Señor:
¿Qué delito encontraron en mí vuestros padres para alejarse de mí?
Siguieron tras vaciedades y se quedaron vacíos,
en vez de preguntar: ¿Dónde está el Señor?
3ª estrofa: Los beneficios divinos
El que nos sacó de Egipto y nos condujo por el desierto,
por estepas y barrancos, tierra sedienta y sombría,
tierra que nadie atraviesa, que el hombre no habita.
Yo os conduje a un país de huertos,
para que comieseis sus buenos frutos;
pero entrasteis y contaminasteis mi tierra,
hicisteis abominable mi heredad
4ª estrofa: La culpa de los dirigentes
Los sacerdotes no preguntaban: ¿Dónde está el Señor?
Los doctores de la ley no me reconocían,
los pastores se rebelaron contra mí,
los profetas profetizaban en nombre de Baal,
siguiendo a dioses que de nada sirven.
Por eso vuelvo a pleitear con vosotros
y con vuestros nietos pleitearé -oráculo del Señor-.
5ª estrofa: El contraste con los otros pueblos
Navegad hasta las costas de Chipre y mirad,
despachad gente a Cadar y observad atentamente:
¿Cambia un pueblo de dios? Y eso que no es dios.
Pues mi pueblo cambió su Gloria por el que no sirve.
6ª estrofa: Los dos grandes pecados
¡Espantaos, cielos, de ello, horrorizaos y pasmaos! -oráculo del Señor-,
porque dos maldades ha cometido mi pueblo:
me abandonaron a mí, fuente de agua viva,
y se cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua.
7ª estrofa: Consecuencias de la apostasía
¿Era Israel un esclavo o un nacido en esclavitud?
Pues, ¿cómo se ha vuelto presa de leones
que rugen contra él con gran estruendo?
Arrasaron su tierra, incendiaron sus poblados
hasta dejarlos deshabitados.
Incluso gente de Menfis y Tafnes te raparon la coronilla.
8ª estrofa: La amargura del pecado
¿No te ha sucedido todo esto por haber abandonado al Señor tu Dios?
Tu maldad te escarmienta, tu apostasía te enseña:
Mira y aprende que es malo y amargo abandonar al Señor, tu Dios,
sin sentir miedo -oráculo del Señor de los ejércitos-.
En este poema ofrece Jeremías una meditación histórica sobre la apostasía del Reino Norte, de tan trágicas consecuencias. Ya desde el principio se denuncian los dos pecados fundamentales: alejarse de Dios y seguir a los ídolos. Luego desarrolla la idea con otras imágenes. Alejarse del Señor equivale a no preguntar por él, rebelarse contra él, abandonar la fuente de agua viva, no respetarle. La idolatría consiste en seguir vaciedades, profanar la tierra con cultos de fecundidad, profetizar por Baal, cavar aljibes agrietados. La expresión más lograda del pecado es “me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen el agua”. Sustituir a Dios por cualquier realidad absurda y sin contenido.
Jeremías insiste en lo incomprensible que resulta el pecado. Dios no ha dado motivos («¿qué falta encontraron en mí vuestros padres?»), sino todo lo contrario (véase la estrofa 3 sobre los beneficios divinos); ningún pueblo abandona a su Dios; en sí misma, la apostasía es absurda.
También subraya las consecuencias del pecado: devastación de la tierra (estrofa 7), en contraste con la espléndida tierra de huertos (estrofa 3); amargura y tristeza (8, en contraste con el amor y cariño iniciales (1).
Su mensaje es de enorme actualidad para cualquiera de nosotros, ya que desvela la ingratitud y tragedia de nuestros pecados. Pero debemos evitar el peligro de contentarnos con una interpretación individualista. Jeremías no se refiere primordialmente a los pecados del individuo, sino a los de la colectividad, el pueblo de Dios. Estas palabras sólo pueden actualizarse reflexionando como Iglesia sobre nuestra situación. ¿Hemos abandonado a Dios para seguir a los ídolos? ¿Cuáles son nuestros ídolos? ¿Qué pérdidas nos han provocado? Me limito a dos sugerencias:
a) En los profetas anteriores al exilio es fundamental la idea de que no se puede servir a dos señores, Yavé y Baal (recordar el enfrentamiento protagonizado por Elías en el monte Carmelo: 1 Re 18,21). Este principio se actualiza a veces aplicándolo a la política: no es posible aliarse con Dios y aliarse con Egipto y Asiria. Se caería en una idolatrización de las grandes potencias. Tampoco es posible servir a Dios y a la riqueza, como dirán los mismos profetas y subrayará especialmente Jesœs. Estas ¡reinterpretaciones! demuestran que la idolatría siempre tiene actualidad.
b) Aunque en nuestra situación de idolatría es posible que la mayor culpa la tengan los dirigentes (como dice Jeremías en la estrofa 4), la actitud cristiana no debe ser de simple crítica demagógica; cada uno debe incluirse en el pecado y reconocer la necesidad de convertirse.
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